Amores frágiles cuenta la historia de Claudia y Flavio quienes se llevan amando siete años. Su pasión es demoledora e intelectualmente estimulante. Entre sus tires y aflojes, sus noches en blanco impregnadas de discursos tan paradójicos como universales y los psicofármacos camuflados en un frasco de vitaminas, su historia termina de golpe. Él siente la necesidad de aterrizar después de un larguísimo y vertiginoso vuelo; ella no consigue volver a tierra, prisionera en un espacio intermedio en el que resuenan sus monólogos compulsivos.
Francesca Comencini tiene una larga trayectoria en el cine pero irónicamente esta es la primera vez que se estrena una película suya en nuestro país. Hija del gran autor Luigi Comencini quien es una de las figuras más olvidadas de la cinematografía italiana, su carrera empezó hace más de treinta años tanto como directora como guionista con títulos como La cosa nostra (2006) o Un giorno speciale (2012).
Amores frágiles es una traducción justa y hasta acertada para esta historia de una relación fallida y sus consecuencias, sobre todo en su protagonista interpretada por Lucia Mascino. Ella se despierta una mañana como si hubiera pasado la mejor noche de su vida, hasta que la realidad la golpea. Ese descanso del dolor que le provoca la ruptura de su relación se manifiesta en su personalidad. Al borde del colapso nervioso que podría generar risa pero que en realidad preocupa por la simpatía que genera su personaje.
Su contraparte masculina parece no tener complicaciones. Vive una relación con una mujer mucho más joven a la cual ama. Pero no todo va a ser color de rosa, tarde o temprano eso tendrá mecha en la forma de ver el amor.
Con un poco del humor a lo Woody Allen, su protagonista parece una versión italiana de Annie Hall el memorable personaje creado por Diane Keaton, de hecho en su primera escena lleva un sombrero similar al que uso la actriz norteamericana. El en cambio, lejos de la paranoia de Allen parece tener todo bajo control, incluso pareciera no importarle la relación que vivió durante siete años.
Con una estructura fragmentada que alterna el presente con el pasado, otra referencia al trabajo del director neoyorkino, Amores frágiles funciona mejor cuando se pregunta por el amor y las distintas posibilidades y caminos que ofrece. La manera de superarlo e incluso los autodescubrimientos y las experimentaciones que generan en una persona la ruptura sentimental. Se trata de una película simpática y entretenida, amena es la palabra perfecta para describirla. Una de esas historias que en poco más de noventa minutos despliega todos sus temas y no lo arrastra ni lo vuelve aburrido. Tiene la duración perfecta.
Amores frágiles o Amori che non sanno stare al mondo es una gran recomendación si buscan una historia de amor, de esas que logran emocionar sin recurrir a mal utilizados clichés del género, que tiene a dos actores que dan cuerpo a sus dos personajes principales de manera convincente y que con el naturalismo de la puesta en escena logra que todo lo que ocurre en pantalla sea convincente.