Tortuoso y, a la larga, irritante
Hace poco más de una década, Paul Haggis ganaba el Oscar a mejor película y guión original por Vidas cruzadas (Crash). En Amores infieles reitera el esquema de narración coral a-la-Robert Altman con varias historias paralelas que en algunos momentos se van ligando y que, vistas en su conjunto, dan un panorama bastante desolador sobre la condición humana: amores torturados, familias en crisis, ambiciones desmedidas y perversiones varias; personajes desesperados con ansias de redención y dominados por la culpa, la soledad, la infidelidad, la angustia y un sino trágico que parece no abandonarlos nunca.
Rodadas en París, Roma y Nueva York, las historias de Amores infieles -protagonizadas por una decena de intérpretes de primera línea- van desde un escritor en crisis (Liam Neeson) obsesionado por una bella y joven colega (Olivia Wilde) hasta una muchacha inestable (Mila Kunis) que lucha por poder ver a su hijo que vive con su ex marido (James Franco), pasando por un estafador norteamericano (Adrien Brody) que se enamora de una gitana (Moran Atias) y se ve involucrado en un chantaje.
Reconocido guionista (escribió varios films para Clint Eastwood y para la saga de James Bond), Haggis hace gala no sólo de una mirada bastante pesimista, sino también de una fuerte dosis de sadismo y solemnidad a la hora de juzgar el comportamiento de sus criaturas. El resultado es un film pretencioso, manipulatorio, tortuoso e irritante, cuyos 136 minutos constituyen un verdadero tour-de-force incluso para el espectador más curtido.