El cine concebido como mero purgatorio
Primero lo primero: el título original Third Person (“Tercera persona”) es mucho más elegante y pertinente que el ñoño y engañoso travestismo local Amores infieles (en dos de las tres historias que integran el film no hay infidelidades amorosas, al menos en el presente de los personajes). En las breves escenas que hacen las veces de introducción a esos relatos entrelazados –formato que Paul Haggis, el director de Crash, vidas cruzadas, no parece dispuesto a abandonar–, las imágenes presentan a los personajes en estado de extremo enojo, tristeza o alienación. La banda de sonido es machacona, insistente, como para que no quede duda alguna al respecto. Cerca de la marca de los 30 minutos (de un total de casi 140), la película insinúa que el film jugará con el concepto de realidades y ficciones, lo cual tiene su lógica, ya que el personaje central es un escritor. En crisis con su oficio, su vida afectiva y varios etcéteras, huelga aclarar. Otra película que describe el mundo del literato como si se tratara de una raza humana aparte, imagen romántica y superficial inflada a base de clichés. Y autocompasiva hasta el empalago.Haggis es un predicador con piel de director de cine. Sus criaturas cargan culpas y andan en busca de expiación y ése es el único síntoma de su existencia. Culpa siente el prestigioso escritor interpretado por Liam Neeson, la culpa carcome al ladronzuelo de ideas ajenas que encarna Adrien Brody, culpa es lo que puede verse en el rostro de Mila Kunis como una joven madre separada legalmente de su hijo con (aparentemente) justa razón. Uno en París, el otro en Roma, la tercera en Nueva York. Lo cual permite al film traficar varias escenas de aliento turístico y más de un producto de alta gama, como si se tratara de una de esas revistas de tarjetas de crédito en busca de potenciales clientes. La construcción de los personajes es pura ingeniería, del papel a la pantalla: más que respirar, responden a la letra escrita del guión como autómatas (no es culpa del reparto, sino del que le da de comer). El uso del montaje paralelo para entrecruzar giros y recovecos es elemental –por momentos, incluso burdo– y algo similar puede decirse de los “accidentes” que inician efectos o ejercen tensión en las tres tramas: el bolso con el dinero, el papel olvidado. El resto, plano y contraplano de manual, en varios casos rodado a dos cámaras y “ponchado” como si fuera una tira de televisión.Hay algo esencialmente falso y ornamental en Amores infieles, que la escena en un club nocturno parisino ilustra y ejemplifica a la perfección. El escritor y su joven amante (Olivia Wilde) se encuentran en el boliche más chetamente tonto de París. O, lo que es lo mismo, en un set lleno de extras haciéndose pasar por clientes: el lugar es más parecido al ambiente de una de esas publicidades de Gancia que a cualquier disco real o imaginada. El supuesto ingenio del guión del propio Haggis se despliega en el último tercio, cuando las subtramas comienzan a integrarse y a chocar unas con otras. Es el momento “ah, entonces por eso esto era así y aquello asá”. Allí también comienzan a surgir como vómitos las muertes, las relaciones non sanctas, los imperdonables pecados del pasado y del presente. Gravitas a presión. Y que se note. Cine pretendidamente grave pero fatalmente liviano, tanto o más de fórmula que la quinta secuela de una de superhéroes, Third Person es la consagración definitiva de un estilo de cine tan alejado del mundo real como de la imaginación y la fantasía. Una suerte de neoacademicismo kitsch. El cine como purgatorio.