Tres historias dispares
La carrera de Paul Haggis, guionista con una larga trayectoria en televisión y en el cine con títulos que van desde Million Dollar Baby, 007: Quantum of Solace y la remake de la italiana El último beso, como director tiene en su haber Vidas cruzadas, que mostraba varias historias ligadas por el racismo en la ciudad de Los Ángeles con la cual se alzó con el Oscar a la mejor película en 2005. Y si bien le siguió la atendible La conspiración, desde Vidas... pasaron casi diez años –en el medio quedó en el olvido la definitivamente olvidable Solo tres días– para que Haggis, tal vez en busca de viejas glorias, se decidiera a volver al formato coral con Amores infieles.
Lo cierto es que Vidas cruzadas no era una maravilla aunque mantenía el timming y una sólida cohesión, pero no es el caso de su último opus, que tiene como eje tres relatos con protagonistas adultos que arrastran su infelicidad por el mundo como consecuencia de la pérdida de sus hijos, expuestos a una separación traumática, a la trata de personas o directamente, la ausencia sin consuelo.
Así, Michael (Liam Neeson) es un escritor que huye de la tragedia refugiándose en amores pasajeros mientras espera en Paris a su amante Anna (Olivia Wilde), objeto de deseo pero sobre todo, material para su próxima novela al igual que su esposa Elaine (Kim Basinger), que sabe de sus manejos. En paralelo y como exige el formato, la volátil Julia (Mila Kunis) no consigue sostener un empleo mientras lucha por la tenencia de su hijo frente a su ex marido Rick (James Franco), un artista plástico exitoso que parece tener todo en orden, en tanto por Roma anda Scott (Adrien Brody), un comerciante textil que se fascina en un bar con Monika (Moran Atias) y sin demasiadas explicaciones, se involucra en el rescate del hijo de la mujer, secuestrado por una red de trata.
Estas tres historias desarrolladas de manera dispar y en constante inestabilidad narrativa, tienen el tono grave y solemne de los realizadores que sienten que están abordando temas cruciales, pero el problema es que Paul Haggis no es un autor –aunque el concepto esté en crisis– sino que se trata de un artesano, un tipo confiable para la industria. Nada más.