Yo, tú, él, ella, nosotros
Casi una década después de su primer éxito mundial con Vidas cruzadas (Crash, 2004) Paul Haggis vuelve a meterse de lleno en los juegos narrativos, en un intento (forzado) que pretende unir distintos universos mediante un hilo constante de secretos, confesiones y susurros.
Siendo reduccionistas, Amores infieles (Third Person, 2013) narra – o mejor dicho explora - tres historias: Por un lado tenemos a Michael (Liam Neeson), es un escritor galardonado que atraviesa una crisis existencial, entre muchas otras cosas por su decadente escritura y su reciente divorcio. Encerrado en una habitación de hotel en París, busca terminar su nueva novela mientras se encuentra y desencuentra con Anna, su joven amante y alumna (Olivia Wilde).
En paralelo tenemos a Scott (Adrien Brody), un ladrón yanquee atrapado en un bar en Roma donde conoce a Monika (Moran Atias), una italiana despampanante que debe salvar a su hija a toda costa. La tercera historia la protagoniza Julia (Mila Kunis), una alterada joven aspirante a actriz que vaga por Nueva York buscando la manera de recuperar su vida, un trabajo y sobre todo a su hijo, del cual perdió su tenencia.
Estos tres hilos narrativos, sin conexión aparente, construyen la compleja estructura que Haggis teje y tuerce no solo a través del guión sino también a través del montaje, lo cual resulta uno de los pocos recursos refrescantes y atrapantes del film.
La traducción del título es un tema importante a la hora de entender el film, y por ende deja mucho que desear, puesto que el “ingenio” de la película pende del hilo de su nombre original “Third Person”, que no refiere tanto a un tercero en discordia sino más bien a la tercera persona narrativa o narrador externo.
Al igual que Vidas cruzadas (y varias de sus películas anteriores), Amores infieles es una historia coral, y al igual que Vidas cruzadas, la densidad del peso narrativo es lo que ahoga las mejores intenciones del director/guionista. Es bien sabido que esta es una estructura delicada y resbaladiza, que cuenta en su haber con éxitos como fueron Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) y Magnolia (Magnolia, 1999), hasta fracasos estrepitosos como Día de los enamorados (Valentine's Day, 2010). Al interconectar las líneas narrativas, hay que saber medir con cuentagotas el desarrollo de cada una, y eso a Haggis se le escapa: a lo largo del film el procedimiento se repite, se retuerce y lo peor de todo – la historia se vuelve obvia.
El drama de Michael es el de Paul: buenas ideas, la audacia del intento, y sin embargo el fracaso de tener “personajes deambulando por ahí al azar”, como le dice su editor a Michael. Si bien las historias poseen puntos de alta tensión dramática, y giros trágicos, el resultado se siente más bien frío, impersonal, ya visto. Reina, como lo dice el título, el narrador externo, el desapego. Todo decanta en un análisis impasible sobre los dilemas de la confianza, el amor y la paternidad, que guarda en sí mismo el potencial para ser mucho más.
En este sentido, quizás la estética sobria y minimalista no ayuda. Basta ver Amores Perros (Amores Perros, 2000) o Babel (Babel, 2006) para reconocer en las obras corales de Iñarritu eso que a Haggis le falta, esa estética impregnada de suciedad, ese dolor de los personajes que se pega en la piel del espectador.
El leit motiv de la película es “Mírame”. Ese es el desafío que parece presentarnos el director: que lo miremos construir esos castillos de arena, que nos maravillemos por su intento, que lo ayudemos a completar la trama. Las ambivalencias que deja el film son lo más rico; el resto ya se ha visto.