En un ángulo oscuro del Museo del Prado
Co guionista de Camila y Miss Mary, ambas de la recordada María Luisa Bemberg, el realizador español Beda Docampo Feijóo invita a atravesar un hipnótico relato de fronteras borrosas. Un film con el aliento de los melodramas de los años 40 y 50.
De manera sorpresiva, tras su presentación primero en el Festival de Málaga a principios del 2010, y luego su estreno, en nuestro país, en el Festival de Pinamar del mismo año, nos ha llegado esta silenciada realización del cine español que trae nuevamente a la cartelera a un director que tuvo una presencia muy relevante en nuestro cine. Sólo citar que en su condición de co guionista participó en el aplaudido film de la recordada María Luisa Bemberg, Camila, y posteriormente en Miss Mary; momento en el que llegó a nuestra ciudad la notable Julie Christie, su protagonista, acompañada por parte del equipo del film, incluida la visita del mismo Beda Docampo Feijóo.
Realizador muy personal, nacido en Vigo en el año 1948, Beda Docampo Feijóo nos ofrece ahora, en el aquilatado y repetido espacio de una cartelera serializada en fórmulas, una obra que podemos caracterizar como reposada y anacrónica. Y esto en el mejor sentido de ambos vocablos, ya que el trazo de una escritura muy personal se reconoce en el mismo devenir de esta historia, que acusa las huellas de tantos otros films; algunos de ellos ya clásicos, que se orquestan en torno a la figura y al motivo de una obra pictórica.
Ya, desde el nombre del film, Amores locos, su director y co guionistas nos proponen recrear esa categoría que sale al encuentro de su autor, André Breton, quien a fines de la década del '30 da a conocer su obra L'amourfou, un inclasificable y antológico texto que incluye diferentes registros y referencias, menciones a films y autores, que nos lleva a pensar este Amor Loco como lo que nos provoca el azar, el deseo, la renovación de la mirada, el hipnotismo; algo muy presente en la obra, en la escena del ideario del Surrealismo.
El film de Beda Docampo Feijóo, que no recurre a artificios tecnológicos, nos llega como un film que tiene el aliento de los melodramas de los años 40 y 50, que trae a nuestro teatro de la memoria los nombres de Fritz Lang y Alfred Hitchcock, y en nuestro cine a Hugo del Carril y Mario Soffici. Así, desde ese primer momento en la que se nos presentan a dos figuras disímiles, que tendrán su primer encuentro en una de las galerías del Museo del Prado, están delineados dos modos diferentes de comprender el mundo, de aprehenderlo, de volverlo materia del lenguaje.
Y entre ellos dos, una sugestiva obra pictórica, anónima, del siglo XVII, perteneciente a la escuela flamenca, llamada "La clase de música", que pasa a ser un motivo circular, como la misma escalera del film Vértigo, del maestro Alfred Hitchcock, sublime y abismal. Y así, como en este film del 59, la mirada se detiene sobre el rodete de la protagonista, Madeleine,(una inolvidable Kim Novak) al observar la pintura en el museo, del retrato de Carlota Valdés; ahora, en el film que hoy comentamos, la atención de la protagonista, Julia, se fija en el gesto de la mano del hombre que está a su lado, Enrique, en relación con la obra que la lleva a abrir el diálogo.
Julia está a cargo de uno de los salones del Museo del Prado. Su historia está marcada por silencios y ausencias. Vive con su tía Ana, entregada en sus horas de ocio a una ruleta virtual. Entre ambas hay historias aún por decirse. Y en el otro carril, Enrique, reconocido psiquiatra que ostenta un feroz racionalismo, que fundamenta sus teorías en leyes generales de la biología y la química. Observador vigía de las reacciones humanas, de las conductas de los otros, lo que lo lleva a categóricos reduccionismos y etiquetamientos. Será él, entonces, quien a partir de unos suspendidos comentarios de Julia respecto de esta obra pictórica, la que presente esta experiencia en el marco de un Congreso.
La vida de Enrique transcurre frente a lo que aún no pudo enfrentar. Y ahora ha regresado de Roma y ya en Madrid, tendrá lugar el reencuentro con amigos. Y también con su hija ya adolescente y su ex compañera. Entre ambos,también, hay un renglón de puntos suspensivos.
¿Quién es para Enrique ahora esta pequeña mujer, de mirada muy penetrante, que se mueve esquiva y pudorosamente en un ángulo del Museo del Prado? ¿Qué es lo que le está sugiriendo que ya no puede explicarse desde esas leyes que defiende a ultranza? ¿Qué giro en su vida está comenzando a insinuarse, como lo experimenta de la misma manera, pese a su resistencia, el personaje que interpreta Colin Firth en el último film de Woody Allen, Magia a la luz de la luna?.
Así, esta obra, que no es la homónima de Jan Vermeer, abre un pasadizo y un lugar de encuentro. Una obra que redescubre interrogantes como la que se nos van planteando frente a ese acontecer diferente que nos lleva al asombro. En palabras del director, cuando su estreno en Málaga, donde fue premiada por el Jurado Joven, en el punto de partida de este film está su deseo de "contar una historia sobre cómo sostenemos las ganas de vivir, cómo nos afanamos en acortar las distancias entre nuestros sueños y la otra realidad. Y pensé, entonces, en la imaginación".
Lejos de anticipar el camino a seguir por nuestros personajes, sólo dejar ver cómo asoma de entre los pliegues del tiempo la ciudad de Brujas. Desde su mención en diferentes pasajes del film, a las fábulas que la fueron construyendo, el nombre de Brujas marca un anclaje en otro título del cine argentino. Y es que la novela Brujas, la muerta, de Georges Rodenbach, publicada en 1892, motivó a que el guionista, actor y director Hugo del Carril llevara al cine en 1956, la que para muchos de nosotros es, junto con Rosaura a las diez, de Mario Soffici, otro de los más eximios títulos de nuestro cine. Nos referimos, ahora, a Más allá del olvido, con guión de Eduardo Borrás, film que se anticipa en tres años a Vértigo y que cuenta, en esa atmósfera gótica y fantasmática, a Laura Hidalgo en su doble rol, junto a Eduardo Rudy y el mismo director.
La obra pictórica, el retrato de una mujer, o bien una escena con más personaje, ha despertado a numerosos realizadores el deseo de construir un relato que se juega en límites borrosos. Este film, que forma parte de un desván de sueños, tal vez nos lleve, por igual, no sólo a transitar por más de hora y medio el viaje que proyectan sus personajes; sino, también, desear redescubrir la filmografía de este más que particular realizador.
Y así, de entre los años ochenta y principios de los noventa, elegir, rever, algunos de aquellos títulos que lo tenían como habitual invitado en nuestras carteleras: Debajo del mundo, co guionado junto con Juan Bautista Stagnaro, historia que transcurría en un pueblo de Polonia, cuando la invasión nazi, interpretado por Bárbara Mujica, Sergio Renán, Víctor Laplace, film estrenado en el 87. Un año después Jorge Marrale compone al autor de La metamorfosis, junto a Susú Pecoraro y Villanueva Cosse en Los amores de Kafka, ambientada en Praga, a principios del siglo XX. Y ya en el 93, Beda Docampo Feijóo estrena la risueña comedia a lo Oscar Wilde, El marido perfecto, con Tim Roth, Ana Belén, Jorge Marrale y Aitana Sanchez Gijón.