En la película “Amour”, el director alemán Michael Haneke reafirma su concepto del cine asociado a la reflexión profunda sobre los conflictos que se miran de reojo, como la vejez y la enfermedad.
Georges y Anne han doblado la curva de la vida con tranquilidad y discreto confort en su departamento parisino. El matrimonio de jubilados disfruta de la música clásica y los buenos recuerdos de su época de profesores. Hasta que un relámpago parte la rutina: Anne queda ausente unos segundos interminables y comienza el drama que el maestro Michael Haneke muestra sin concesiones.
Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant protagonizan Amor, ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera, una joya en la que Haneke reafirma su concepto del cine asociado a la reflexión profunda sobre los conflictos que generalmente se miran de reojo o alimentan tabúes contemporáneos.
La vejez y la enfermedad establecen nuevas reglas de supervivencia para los ancianos: él, a cargo de ella, en todo momento y sentido. La película describe el deterioro progresivo e imparable de Anne, un trabajo de interpretación estupendo de la actriz que va inmovilizando su cuerpo, metiéndose en el dolor y la impotencia del personaje.
Trintignant es el sujeto de las acciones cotidianas, complejas, asistiendo a la mujer inválida. Georges habla poco. De rostro grave, hace lo que hay que hacer. Cuesta adivinar qué pasa por la cabeza y el corazón del anciano. Sólo se lo ve andar con dificultad creciente.
Haneke apela a la teatralidad para el relato que se encapsula en el departamento y en la relación de los esposos.
Aparece la hija, que vive en Inglaterra. Isabelle Hupert siempre perfecta aporta un personaje que refleja el problema, más que el drama, de los hijos que ven a sus padres declinar y no saben qué hacer. Una sociedad autosuficiente genera hijos prácticos y poco solidarios.
Haneke susurra muchas cosas al oído del espectador mientras pasan las enfermeras y ninguna queda; llega la hija de visita y habla de futuro donde no lo hay.
Trintignant evalúa cada situación con la mirada. La comunicación con la actriz expresa el dolor sin subrayados, y luego, la indignidad de la mujer que no acepta vivir así.
La cámara es el otro personaje, deambulando por el departamento. Nada es más fuerte que el vínculo del hombre y su esposa en ese espacio extrañado. "A veces sos un monstruo", dice Anne al comienzo de la enfermedad, con tono ambiguo, aludiendo a un pasado que se desconoce. El presente es absoluto en Amour.
La pareja reproduce el dilema existencial y la puesta a prueba de la fortaleza que sobrepasa lo físico. Frente a esa mujer que va muriendo de a poco, Haneke propone un desenlace, envuelve al espectador en el tiempo que Georges toma por las astas y deja todo en manos del sentimiento que mueve el mundo.