UN VISTAZO A NUESTRA PROPIA FRAGILIDAD
“En realidad no recuerdo mucho la historia. Pero recuerdo que estaba completamente conmocionado a la salida”. Con esta frase George (Jean-Louis Trintignant, de Z) resume los sentimientos que le generaron una película. No recuerda el nombre de la misma y la historia puede ser reconstruida solo vagamente, pero la emoción que le generó en su momento - y que lo embarga cada vez que la rememora - está ahí, presente y dispuesta a volver a apoderarse de él. La receptora de esta anécdota es su esposa Anne (Emanuelle Riva, de HIROSHIMA MON AMOUR), quién se ve afectada por una grave enfermedad que le paraliza la mitad del cuerpo. De esto va AMOUR (2012). De las emociones, de las sensaciones ante la vida misma. Ante su paso inexorable. Y más aún, de cómo enfrentamos estas sensaciones cuando nos vemos en una instancia definitiva, que supera nuestros propios límites.
Esta no es una película fácil de ver. Por el contrario, es incómoda. Pero no por la existencia de golpes bajos o lugares comunes, no por una crueldad descarnada ni por un regodeo morboso ante la muerte (todas situaciones que se darían fácilmente con otro director, por la sola temática que aborda el film). AMOUR es difícil porque retrata la vida misma. Nos abre el velo hacia el amor y la incondicionalidad, pero también hacia el deterioro de la vejez, hacia el degradamiento, el hastío, la dignidad, la moral y los conflictos que nos generan. Michael Haneke evita el edulcoramiento Hollywoodense. No teme a mostrar la realidad sin filtros, con todas sus contradicciones, con todos los fantasmas que nos aquejan día a día y que nosotros nos esforzamos por ignorar.
Si hubiera que hacer un resumen argumental podría decirse lo siguiente: George y Anne (interpretados magistralmente por Trintignant y Riva) son una pareja de ancianos que llevan una vida armónica en el departamento en el que viven. Cuando Anne empiece a mostrar los síntomas de una enfermedad que la irá devastando progresivamente, George consagrará su tiempo y su vida a la atención de la mujer que ama. Pero esta es una verdad a medias. Porque la historia de AMOUR va más allá, está en los silencios (los compartidos y los solitarios); en los diálogos concisos y agudos; en lo que no vemos; en el extrañamiento progresivo que avanza sobre la pareja a la vez que la enfermedad avanza sobre Anne; en lo que está afuera de ese departamento donde Haneke nos apresa junto a la pareja; en el cansancio reflejado en los rostros, en los cuerpos y en las voces. La historia de AMOUR está en lo que nos evoca.
El director no nos escatima información. Apenas iniciada la película (antes incluso del título) vemos a un escuadrón de bomberos irrumpiendo en un departamento en el que encontrarán el cadáver de una mujer, acostada sobre su cama y rodeada de pétalos de flores. Sabemos a donde va la película, esto no es lo fundamental. El acento está puesto en el camino que nos llevará allí, en la condición humana mostrada sin condicionamientos. Y es en este transcurrir donde Haneke encuentra el modo de retratar (siempre fiel a su estilo) lo que la mayoría de nosotros pretende desconocer. Y es aquí donde AMOUR se erige como una obra que quizás no todos disfruten. Pero que todos deberían ver.