Amour

Crítica de Daniel Castelo - Infonews

"Amour", un film sin anestesia sobre la vejez y la muerte

Michael Haneke, el director de "La cinta blanca" vuelve con una historia dura y dolorosa. El film tiene varias candidaturas a los premios Oscar, entre ellas Mejor Película y Mejor Actriz. Una obra superior de un realizador imprescindible.

Sabemos que Michael Haneke es un realizador que en cada una de sus producciones buscó y sigue buscando alejarse de la medianís narrativa y la simpleza conceptual, desde su cuasi iniciática Benny`s Video hasta sus opus más destacados, como la escabrosa, inquietante y demoledora Funny Games o esa obra maestra del dolor y la procesión interna titulada La pianiste, con el protagónico de Isabel Huppert.

Aquí, también con una participación de Huppert, en Amour, título con varias nominaciones al Oscar (entre ellas Mejor Película y Mejor Dirección) Haneke cuenta una historia llana y cotidiana: la llegada impiadosa de la vejez más cruel a una pareja de ancianos, y en la que ella, Anne, recibe la peor parte, la de la enfermedad y lo inexorable del dolor terminal.

El atropello que sufre el cuerpo y la cabeza de Anna (Emmanuelle Riva) acompaña la narración, que va desde una mañana en que la mujer sufre una laguna de unos segundos, momento que inicia un derrotero de fatalidad inexorable, para ella y para su marido (enorme Jean Louis Trintignant).

El director de la aclamada La cinta blanca (que perdiera su Oscar frente a El secreto de sus ojos allá por 2010) viene en este caso a presentar un film que elige no dejar de decir ni mostrar aquello que la vejez conlleva en el más de los casos: una descomposición física y mental irreversible, en algunos casos lenta y agónica, en otros veloz y salvaje. Haneke, haciendo gala de todo aquello que demostró durante años, escupe verdades clínicas con ojo cinematográfico, clava el bisturí en el dolor ajeno y lo vuelve carne de celuloide en dos horas que son una clase de cómo contar una historia trágica sin temerle al golpe bajo pero con una honestidad intelectual y narrativa envidiables.

Las performances de Trintignant y Riva son antológicas, un decálogo del buen actor, del artesano de la expresión. Detrás de cámara, junto al texto, con la mira clavada en la certeza del relato, se lo reconoce al padre de la criatura, un artista de peso que sigue haciendo guerrilla desde la carne viva y el cine en estado puro.