Hasta que la muerte los separe.
El cadáver descompuesto de la anciana domina la atención de los bomberos. Ellos ya habían sido sorprendidos antes durante la visita a ese departamento burgués, aunque eso fue por las puertas bloqueadas y el nauseabundo olor del lugar; simples gajes de un oficio ingrato. Pero el cuerpo, dejado durante días, recostado sobre una cama cubierta de flores algo frescas y alejado de todo París, no es algo que se ve todos los días. En esta, la primera escena de Amour (2012), Michael Haneke evita las vueltas y anuncia el inicio de un duro y honesto viaje hacia la inevitable realidad.
Anne (Emmanuelle Riva) y Georges (Jean-Louis Trintignant) son una pareja de profesores de música retirados que, a pesar de haber pasado la barrera de los ochenta años, se conservan bien: la movilidad no es un gran problema, la chispa del matrimonio se mantiene, y los frutos de sus décadas de labor como padres e instructores están libres para disfrutar. Sin embargo, el cambio no se puede cancelar, y un día Anne tiene un breve episodio en el cual queda catatónica. Preocupado, su marido la obliga a hacerse ver, y ella descubre que tiene una arteria bloqueada, lo cual requiere una operación. Por desgracia, la cura resulta peor que la enfermedad y, como resultado del fracaso de la cirugía, la mujer queda más paralizada, y destinada a una silla de ruedas. Lentamente empieza el verdadero deterioro, que no solo carcome la salud de Anne, sino que también alcanza la mente y el espíritu de la pareja.
El último film de Haneke (Funny Games, La Cinta Blanca) toca una amenaza tan aterradora como auténtica: la vejez. Uno puede cuidarse todo lo que guste, pero la enfermedad siempre llega, y el temor a la pérdida (ya sea de la vida, de la motricidad, del ser amado o de la cordura) es la fuerza motivadora de esta producción particular, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada a cuatro Oscars (Mejor Película, Guión Original, Actriz Principal y -el premio asegurado- Película Extranjera).
El director nos mete en la posición de una persona con todas las defensas bajas, que se frustra al no poder manejarse por su propia cuenta, y que se vuelve espectadora de su irreversible putrefacción. Para eso, el austríaco genera un clima claustrofóbico y hace del departamento el tercer protagonista de la historia, situando casi toda la película dentro de él (excepto por cinco minutos al principio del film, nunca abandonamos el hogar de la pareja). Además, el uso de recursos como las tomas fijas y la carencia de música (que, en otras circunstancias, le darían al film el defecto de ser demasiado teatral) ayuda a generar esta sensación de impotencia e inutilidad.
Considerando el nivel de tortura que sufren los personajes de esta historia, vale la pena pensar que, en las manos equivocadas, todo podría haber resultado terriblemente mal. Pero el enfoque de Haneke (que esquiva el melodrama y va por lo cierto) y el trabajo de los actores logra algo que es verdaderamente especial. El dúo principal plantea aflicciones distintas. Por un lado, Riva somete su cuerpo de manera impresionante y se vuelve algo ajeno a lo humano, que lucha por acabar con todo pero que últimamente no puede escapar a la humillación de su antiguo ser. De todas formas, si bien los elogios y premios hacia Emmanuelle son bien merecidos, es sorprendente que menos gente destaque el igualmente excelente trabajo de Trintignant, que muestra con excelencia la obsesión que deriva de los intentos de su personaje por cuidar y proteger a su amor. Y si, “amor” es la palabra clave en el film. A pesar de todo el dolor y el castigo que se invoca, son los pequeños momentos entre ellos dos los que hacen que todo valga la pena. Se entiende porque a Anne le angustia el miedo de volverse una molestia sin sentido, se asimila como Georges puede llegar al borde de la locura por la congoja de su mujer. Es por esto que el film evita el sadismo.
Al final, Amour es un recorrido apasionante, estremecedor y demoledor que merece ser visto. ¿Es para todos? No, seguramente habrá gente que no esté apta para aguantar tanto. Pero los que si sientan que pueden, deben ir a ver esta gran obra.