Un amor eterno
Amour (2012), la última película del director austriaco Michael Haneke, es tal vez la más importante y la más poderosa de todas las que ha realizado. Esta vez la exploración de la conducta humana y todo ese aire de inquietud y violencia que vive impregnado en su ya conocido estilo de filmar, se centran en un argumento muy simple donde el amor se devela con todos los misterios. Más aún, la película habla de la valentía del amor y hasta qué punto puede resistir cuando, en medio de la tragedia, el amor es puesto a prueba.
La historia es la vida solitaria de una pareja de octogenarios llamados Georges y Ana, que son interpretados magistralmente por Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Ambos disfrutan de una vida sosegada y rutinaria, comparten sus quehaceres y sus salidas, pero lo más importante es que comparten su pasión por la música, ya que los dos han sido profesores de música y han entrenado a varios pianistas reconocidos. De vez en cuando son visitados por su hija (Isabelle Huppert) quien les pone al tanto de sus días. Bajo ese tono, la historia marcha de la mejor manera hasta que aparece el problema: Ana sufre un ataque que pone en evidencia una enfermedad que será la degradación de su salud.
A partir de ese momento, Georges tendrá que cuidar de Ana con una tenacidad inmensa, muy a su pesar de que no cuente ya con el vigor de la juventud. Estará dominado por un dolor silencioso que le traerá mucha amargura pues verá a su mujer acabarse paulatinamente sin poder revertir la situación. Aún cuando existe una posibilidad médica, Georges pondrá a prueba su amor cumpliendo la promesa que le hizo a ella en un inicio. Sin embargo, la presencia cercana de la muerte mermará también en la salud de Georges, tanto que su estabilidad psicológica se irá alterando, pues también vivirá su ocaso al estar encerrado en la casa ya sin tener la necesidad de salir.
Michael Haneke construye una puesta en escena poderosa porque sus característicos planos de larga duración y movimientos de cámara ágiles que apelan al plano secuencia, están al servicio no solo de la desfragmentación constante que hace de la realidad (la cual implica cambios de espacios o cortes violentos) sino también para poner en escena la manera como Georges percibe a Ana. De cómo la realidad y la fantasía y la quimérica muerte, se insertan en su vida mientras ve que todo se derrumba.
La maestría de Haneke está en cómo su estilo funciona perfectamente para la abstracción. La película ocurre dentro de un solo espacio, y entonces el desenlace no se vuelve ambiguo ni es un final abierto como en otras ocasiones. Aquí todo termina cuando tiene que terminar, y el final está en las cuestiones más simples y pequeñas, en elementos muy definidos y cotidianos.
Y si en algo se diferencia esta película de las anteriores que realizó Haneke, es porque los dos personajes que van hacia el mismo punto, hacia una misma decadencia, aunque cada uno desde una posición contrastada. Y además, porque ambos viven en un tiempo único. Es decir, que por más que se vea el día y la noche, Haneke con su abstracción, presenta un tiempo espacial, donde sólo importa lo que ocurre dentro de la casa, como si el tiempo cronológico y el mundo exterior fueran ajenos. Y lo único que habla de inicio y de fin, y de cambio de hora, es la muerte. Sólo la muerte es lo que marca el paso del tiempo, un tiempo hecho de las paredes y los pasillos de una casa que luce igual y que parece tener todo en su lugar.
Sin duda, Amour es una película muy dolorosa y difícil de ver. Nuevamente pone a prueba también al espectador con un final que desbarata la tranquilidad y que trae consigo las interminables preguntas sobre el amor, la muerte, lo que es correcto, sobre la lealtad, y más aún, sobre la vida.
Quizá nunca se vuelva a ver una película así. No solo por la historia y los personajes interpretados por dos actores símbolos de la historia del cine, sino porque Haneke también ha logrado extraer en sus imágenes el tema de la muerte desde el dolor mismo. Se ha acercado tan directamente y a la vez de forma tan simple, que la película cierra sobre sí misma, tanto como si le hubiera encontrado, con su propio estilo, una respuesta a la pregunta sobre lo que viene a ser la existencia humana. Y esa respuesta no es otra que una casa. En este caso la casa de Georges y Ana. Una casa que los va a esperar para siempre.