En el final del camino
Georges y Anne tienen 80 años; sus vidas giran alrededor de la música y viven una apacible vejez hasta que la mujer sufre un accidente cerebro vascular que termina por convertirla en una inválida. Georges hará todo lo posible por asistirla en el último tramo de su existencia.
Las dos primeras escenas que presenta el director Michael Haneke son las únicas que transcurren fuera del departamento de los protagonistas: en una de ellas, se los ve (hay que buscarlos) mezclados con el público que asiste a un concierto de piano; luego, participan de una recepción y regresan a su casa en colectivo. Al ingresar al departamento, descubren que la cerradura ha sido dañada; parece ser la narración de momentos de la vida de una pareja de ancianos, sumamente cultos, dedicados a la música y sin otras preocupaciones que vivir una apacible vejez. El primer ataque cerebral de la mujer cae como un rayo en ese clima de tranquilidad y altera para siempre la vida de la pareja. El director emplea todo el tiempo necesario para que Georges (y con él, todos los espectadores) pasen del desconcierto inicial a la aceptación gradual de que algo tan grave como inesperado (e incomprensible) ha irrumpido en su realidad. A partir de entonces, Haneke se dedica a retratar con maestría los procesos que paralelamente van viviendo los protagonistas; el amor y el respeto mutuo que se profesan Anne y Georges contrasta vivamente con la imposibilidad material que tiene Eva, la hija de ambos (también una exitosa profesional de la música) de comprender y asimilar los alcances de la nueva etapa en la que ha entrado la vida de la familia.
Con planos extensos pero que nunca atentan contra el ritmo del filme, que recorren minuciosamente el interior de la vivienda de los ancianos (lugar que nunca más abandonará la cámara), Haneke refuerza la intensidad dramática (de a ratos asfixiante) que propone la trama, y subraya con elegancia y sutileza las portentosas composiciones que ofrecen los dos protagonistas. Emmanuelle Riva sorprende con la autenticidad que confiere al gradual deterioro físico y mental de su personaje, mientras que Jean-Louis Trintignant conmueve con la economía de gestos de la que hace gala para transmitir toda la complejidad de Georges, enfrentado al drama que se ve obligado a abordar sin menoscabar el respeto por la dignidad de su esposa; y, por sobre todas las cosas, el amor al que hace referencia el título (perfecto) de la película.
La música es fundamental; centro y eje de la actividad de los protagonistas, los fragmentos de obras de Schubert y Beethoven (entre otros) que se escuchan en impecables interpretaciones pianísticas se convierten en un aporte más para construir un espectáculo que cala hondo en la sensibilidad de todos los espectadores; mucho más, seguramente, de la de aquellos que por edad o por vivencias personales puedan sentirse más cercanos a los personajes centrales de la película.