Amsterdam

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Ámsterdam, la nueva película de David O. Russell, es la prueba de que el cine es otra cosa, y de que por más que una película tenga un elenco repleto de estrellas, una fotografía perfecta y una banda sonora exquisita, puede ser mala.

El cine tiene poco que ver con la excelencia del rubro técnico y con la profesionalidad de los actores. El cine se acerca más a lo que un director hace con la historia que cuenta, lo que transmite, el efecto modificador que produce en el espectador.

Russell cuenta una historia tan aburrida, enredada, vueltera, sin vuelo, sin sentido e incapaz de transmitir emoción alguna que no vale la pena verla ni cuando la pasen por el cable. Es probable que hasta los actores y actrices que participan en la película (Christian Bale, Margot Robbie, Anya Taylor-Joy, Rami Malek, John David Washington, Robert De Niro, Michael Shannon, Alessandro Nivola, Chris Rock, Mike Myers, Zoe Saldana, Taylor Swift, Andrea Riseborough, entre otros) se sientan avergonzados cuando tengan que incluirla en el curriculum vitae.

Ámsterdam está hecha para el olvido, para ser rechazada por cualquier espectador que ame el cine o que tenga ganas de ir a ver algo que lo interpele, que lo emocione, que lo entretenga, que lo haga pensar, que le cambie la vida o se la haga amena por un par de horas. Si una película no logra alguna de estas cosas, no merece el tiempo del espectador.

El disparador de la trama, ambientada en 1933 y en 1918, es el cadáver de un oficial importante al que Burt Berendsen (Christian Bale), un doctor con un ojo de vidrio, tiene que hacerle una autopsia porque hay sospechas, sobre todo de la hija (Taylor Swift), de que lo mataron por tener información sobre un complot fascista para derrocar al gobierno de Roosevelt.

Luego aparecen el abogado Harold Woodman (John David Washington) y la enfermera Valerie Voze (Margot Robbie), quien les salvó la vida (tanto a Woodman como a Berendsen) en 1918, año en el que se conocen y se hacen amigos (entre Woodman y Voze también nace el romance).

Así queda conformado el trío protagonista de la sátira conspiranoica de Russell, cuyo vaivén cómico se torna cansador y repetitivo, a tal punto que los actores empiezan a transmitir cierta incomodidad, como si se dieran cuenta de que están en una película carente de gracia y de alma.

Ni siquiera el discurso antifascista que pronuncia el personaje de Robert De Niro logra transmitir la mínima emoción como para rescatarle algo a una película que no entrega nada interesante y que se enreda a cada rato en subtramas que no enganchan nunca.

Russell supo hacer grandes películas, como su opera prima, Secretos íntimos (1994), en la que se anima a arriesgarlo todo con un argumento de incesto polémico, o como la maravillosa El lado luminoso de la vida (2012), en la que inmortaliza el desequilibrado romance entre los personajes de Bradley Cooper y Jennifer Lawrence.

Pero en Ámsterdam el humor no hace gracia y la historia se demora muchísimo para decir algo que cualquier película decente lo dice a los cinco minutos.

Da la impresión de que Russell quiso hacer su gran película norteamericana basada en la vida de un general que luchó para que en su país no se instalara el fascismo. Sin embargo, patina en una inane sátira política con elenco desperdiciado.