Nunca se es demasiado pequeño para que el dolor del mundo te toque. A Andrés le cae en suerte experimentar una de las pérdidas más dolorosas que puede sufrir un niño, y casi de inmediato pasa a manos de una abuela de escasa empatía con la que se enfrenta de manera sorda. Sin embargo, la guerra subterránea no es sólo doméstica. Un día cualquiera, Andrés ve lo que no debe y pronto queda inmerso a su pesar en una cadena de sucesos que introducirá finalmente un (otro) cambio fundamental en su vida.
Con la muy buena performance del niño protagonista, Conrado Valenzuela, el espectador se va introduciendo en la historia de Andrés y de su hermano, las realidades de su padre, su abuela y el vecindario con su secreto a voces. Sin embargo, al abandonar por momentos la óptica del niño, se revelan algunos hilos sueltos de esta trama que si peca de algo, es de la audacia de querer abarcar mucho en poco tiempo. Pasando del drama familiar al thriller de tintes político-policíacos, tiene por momentos baches incomprensibles donde la atención (y la tensión) se pierden.
Si bien no presenta más que sutiles modificaciones a un tema ya clásico del cine, como es el de la perspectiva infantil sobre el conflicto (el más inmediato y el otro, el que lo cerca y lo influye sin él saberlo), se podría decir que este filme es un buen debut para Daniel Bustamante. No es para menos, con el elenco que consigue reunir y los temas ambiciosos que aborda el guión. Quizá le ha faltado un poco de horno (madurez artística, algo de sensibilidad sutil en pasajes que lo requerían) para convertirse en una película referencial, pero dentro de sus propios márgenes es disfrutable.