Salvo por cuestiones económicas, no había ninguna razón concreta para una secuela de “Angry Birds. La película” (2016). Todo el contenido se volcó en aquella primera entrega incluida, no la presentación ortodoxa de los personajes (que la hubo), sino el desarrollo y la justificación de los mismos, ya que poco se sabía de acuerdo a lo mostrado en el videojuego en el que se basa el guión. De modo que una segunda aventura de los pájaros que no pueden volar y los cerdos que los quieren capturar tiene poco sustento, a excepción de la diversión que supone realizarla. Este es el factor principal para verla. No es mucho, pero es cierto que cuando un equipo detrás de una producción artística se divierte esa diversión se contagia, aun cuando el producto en sí tiene limitaciones.
Así que vuelven Red (voz de Jason Sudeikis, doblado por Raúl Anaya), Chuck (voz de Josh Gad, doblado por Faisy Omar), Bomb (voz de Danny McBride, doblado por Rubén Cerda), Águila poderosa (voz de Peter Dinklage, doblado por Bazooka Joe) y Matilda (voz de Maya Rudolph, doblada por Berenice Vega), entre otros. La isla de los pájaros vive en paz y armonía adorando a su ídolo Red hasta que un día reciben miles de mensajes provenientes de la isla de los cerdos, comandada por Leonard (voz de Bill Hader, doblado por Dafnis Fernández). Los mensajes proponen una tregua ya que hay un enemigo que se les viene encima a todos y hay que hacer causa común. Nada del guión de Peter Ackerman, Eyal Podell y Jonathon E. Stewart irá por andariveles sorpresivos ni puntos de giro determinantes, por el contrario. La trama es bastante simple con los malos de un lugar, los buenos del otro, y una resolución que estará cercana a lo físico más que lo intelectual. “Angry Birds 2: La película” se sostiene en algunos gags efectivos, con buen ritmo de montaje y sobre todo porque es consciente del público al cual apunta: fanáticos gamers a los que se sumarán niños y niñas que no superen los 9 años. Acaso sean ellos quienes mejor la pasen en el cine.