Nada parece tranquilo en la isla de los Pájaros. La primera Angry Birds, inspirada en un juego para smartphones, había terminado con el insólito enfrentamiento entre los pájaros que no vuelan y los cerdos verdes con alma de ingenieros, habitantes animados de un mundo de colores y vértigo irrefrenable. Aún más desenfadado, el universo de esta segunda entrega retorna a la primacía de lo visual, consigue varias escenas divertidas (genial la del baño), y explota el catálogo musical de Sony con un calculado equilibrio entre el humor y la nostalgia.
Red es el héroe que custodia la frágil convivencia -mar de por medio- entre cerdos y aves, signada por bromas pesadas y ataques sorpresa. Pero esta vez hay un enemigo en común que permite que los personajes conocidos se unan en virtud de un trabajo en equipo. Así, una improvisada "misión imposible" los lleva a una incursión de incógnito en una lejana isla que combina los volcanes con las tierras heladas.
La película tiene el mérito de ir de menor a mayor: convierte a los viejos enemigos en aliados, integra nuevos personajes con fluidez, despliega líneas narrativas simultáneas sin perder el eje (los tres pichones en viaje a otra galaxia logran un gran momento), y toma en serio sus modestas aspiraciones. Pese a algún que otro desliz en los guiños de autoconciencia, funciona como un antídoto al individualismo y un esperpéntico retrato de una comunidad de celebradas diferencias.