Pájaros volando.
Antes que nada el cine es entretenimiento, el sentarse en una butaca para divertirse, distenderse y olvidarse por aproximadamente noventa minutos o dos horas de todo aquello que sucede fuera de la sala o lejos de la jurisprudencia de nuestro propio sillón. Pero la cuestión es que no todas las propuestas que anticipadamente se suponen “entretenidas” terminan cumpliendo, a pesar del embelesado paquete en el que llegan a nosotros. Un poco de esto sucede en Angry Birds: La Película (The Angry Birds Movie, 2016), adaptación cinematográfica del exitosísimo juego que todos en algún momento tuvimos instalado en nuestro smartphone.
El protagonista de la historia es Red, un pájaro rojo y testarudo (tan “angry” como el título) que vive como una suerte de hermitaño en una isla habitada por toda clase de pájaros: gordos, flacos, machos, hembras, grandes, chicos y hasta uno que es mimo, al mejor estilo Marcel Marceau. Red no encaja dentro de los engranajes de esa sociedad plumífera y es obligado a hacer un curso para controlar su ira, en el cual conoce a Chuck y Bomba, el pajaro amarillo veloz y el negro grandote que explota respectivamente, siguiendo la lógica original del juego. La rutina de la isla se ve alterada cuando recibe la visita de unos cerditos que detrás de una máscara de amabilidad esconden otros planes.
Rovio, la empresa responsable del juego original, produce también este film animado, el cual es el debut de la dupla de directores Clay Kaytis y Fergal Reilly, dos que vienen haciendo sus pinitos en películas animadas desde el storyboard y la animación 3D. Sin dudas la calidad de la producción es de primer nivel, con un trabajo sobre los personajes y el diseño de arte muy detallado. El mundo donde habitan los personajes tiene profundidad, tiene vida.
La sencillez de la historia pone al antihéroe, Red, como figura principal del relato, aquel que hace un viaje circular donde el final es el inicio, pero al cual arriba siendo un ser distinto, una movida de manual. El guionista Jon Vitti ya había dado indicios de apegarse a los cánones al momento de desarrollar historias sin demasiado vuelo, como hizo con las últimas dos versiones cinematográficas de Alvin y las Ardillas, aquellas que combinaban actores de carne y hueso con personajes animados por computadora.
Sin dudas estamos ante una película que -con perdón de los más chicos- vale la pena ver en su versión inglesa con las voces originales de Jason Sudeikis, Peter Dinklage, Bill Hader, Danny McBride y Sean Penn, entre otras figuras. El trabajo de las voces potencia a los personajes y les da un tono mucho más amigable. Lo mejor llega cerca del final, cuando el conflicto alcanza su clímax y vemos a los personajes haciendo aquello por lo que se volvieron tan populares inicialmente: ser revoleados por el aire destruyendo cosas. El tercer acto es el que finalmente da un poco de sentido a un relato que hasta ese punto no logra destacarse por nada en especial.
Si bien es un producto digno, como tantos otros dentro de la actual industria del entretenimiento, lo simple de su planteo lo ubica un par de escalones por debajo de otras obras como por ejemplo La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2014) o Intensamente (Inside Out, 2015), las cuales entretienen y dan muestras de su calidad estética al mismo tiempo que tocan fibras más sensibles de los espectadores de todas las edades.