Elemental pero divertida, igual que el videojuego
Las películas basadas en juegos de video suelen ser bastante limitadas en términos argumentales, sobre todo si el juego es tan elemental como el muy popular invento finlandés de 2009, los Angry Birds, que hace un lustro se convirtieron en un auténtico fenómeno masivo.
El surrealismo del concepto original, con unos pájaros muy enojados que no pueden volar y se estrellan contra unas chanchitos verdes, naturalmente se pierde un poco al tener que ser explicado en una trama argumental con alguna mínima coherencia. Si bien los guionistas no intentaron explicar demasiado bien el misterio acerca de la imposibilidad de volar de estos pájaros colorinches, sí arman una elaborada explicación sobre su enojo, aplicado a que los personajes protagónicos están en una terapia de manejo de la ira (lo que da lugar a unos chistes bastante graciosos).
Luego aparecen los chanchos verdes que, a manera de piratas o antiguos conquistadores, embaucan a todos los pájaros de la isla, regalándoles cosas para luego robarles, lo que finalmente desata la ira plumífera y los ataques a la ciudad chancha con catapultas.
Aquí es donde la película adquiere el dinamismo del juego, con mucha acción delirante bien aprovechada para esa comicidad típica de los cartoons de antes, además de cierto vértigo visual que aprovecha muy bien el 3D digital.
Más allá de ciertas repeticiones sistemáticas que también surgen de su origen de videogame, la película tiene momentos muy divertidos con referencias cinéfilas y gags que pueden ser disfrutados tanto por chicos como por sus acompañantes adultos, lo que sin duda es una gran ventaja. Además, el colorido y todo lo que tenga que ver con los atractivos visuales a veces llegan a ser impactantes.