Pájaros sorpresa
Angry Birds: la película es una sorpresa. Imagino que también debe haber sido una sorpresa para los que tuvieron que hacer la película cuando les dijeron: “ey, hay que hacer una película con esto”. Y “esto” es un juego que se vendió en todo el mundo hace unos años, pionero de los juegos realmente baratos para los teléfonos. Vaya uno a saber si fue así, pero yo me lo imagino así: “hay que hacer una película con estos pajarracos que generaron una cantidad obscena de millones”, le dijeron a Jon Vitti, uno de los tres guionistas de de Alvin y las ardillas y uno de los once guionistas de la película de Los Simpson, además de guionista de muchos capítulos de la serie y de Saturday Night Live, entre otros pergaminos. Bueno, mire, señor Vitti, hay que hacer una película con esto, escriba.
Y la verdad es que tal vez no haya sido tan mala idea hacer una película de animación que tiene la marca previa de un videojuego con la adictiva y lunática idea de revolear pajarracos a unos chanchos. No hay que atarse mucho a nada, se puede inventar un mundo, una isla de pajarracos que no vuelan, que tienen su organización muy sunny side up (como ese disco horrible de los Main Street Singers exhibido en A Mighty Wind de Christopher Guest), todo alegre y de colores plenos, todo irritantemente buena onda. Hay un pájaro, el rojo, malhumorado, y otros más -lo principales que se revolean- que tienen algunos problemas de socialización. Y vienen los chanchos y hay una aventura. Y hay una serie de excusas para hacer chistes y, en la segunda parte, sobre todo en el principio del contraataque frente los chanchos, llega el momento de poner en escena la acción típica del videojuego, es decir, el lanzamiento con la inefable gomera u honda.
El protagonista Red es un personaje clásico de la comedia, el loser, el que no encaja en la sociedad. El que tiene que ir a un curso de manejo del enojo, de la ira (como Locos de ira, esa película con Adam Sandler que deconstruía a las películas “de Sandler”). Red, el pájaro enojado insignia, más Chuck y Bomb -los tres principales- tienen algo de Los tres chiflados, algo de los Looney Tunes y mucho de comedia americana contemporánea. Interpretados por Jason Sudeikis (Horrible Bosses, We’re the Millers), Josh Gad (Pixels, otra película felizmente lograda a partir de videojuegos y premisas imposibles) y Danny McBride (Pineapple Express, This Is The End), los tres pajarracos funcionan cómicamente en términos de gestos, diálogos, gritos, one liners contundentes. Hay gran cantidad de juegos de palabras con cuestiones aviares y porcinas, y su inclusión no sufre de necesidades argumentales porque la línea argumental es felizmente leve, sin grandes deudas en la profundización psicológica de ningún personaje. Hay una gracia constante y no hay necesidad de sumar y sumar seres y situaciones (comparar esta película con lo trabajosa que resulta en ese sentido Capitán América: Civil War). Hay otra película muy comparable con la de los Angry Birds: Minions, spin-off fallido, con personajes que se desinflaban sin su villano, sin su guía. Los Minions, notas al pie delirante del discurso delirante de Gru, eran poco y nada por sí solos. Y su película carecía de algo difícil de explicar y definir, como el alma. Era una película animada sin ánima. Su narrativa escuálida apilaba situaciones sin cohesión, sin cambios, sin tensión. En Angry Birds la levedad de la trama no implica ausencia de movimiento, de vaivenes. Los pájaros se definen por sí solos, los chanchos también, y pueden cambiar. No se desesperan por ser creíbles o parecerse a lo que se espera (?) de ellos pero sí se presentan vivos, es decir, animados con toques de gracia, de absurdo, incluso de sin sentido. Y de esa manera, sin estar preocupados por vender más productos (como los Minions) porque ya vendieron tantos downloads que están hartos, los Angry Birds lucen despreocupados.
Angry Birds: la película es un juego que se desarrolla con fluidez, una comedia que se saca de encima las ataduras, que juega a moldear lo cómico, a repensarlo desde un horizonte abierto a partir de una la consigna comercialmente clara y también crasa (“la primera película de la historia en estar basada en un juego de smartphone”), de aprovechar una marca existente y hacer “una película”. El cine, en cierto rango global de expectativas comerciales, cada vez se apoya más en contenidos preexistentes, libros o juegos u otras películas ya probadas, y quien hoy en día logra crear una marca que surja desde el propio cine se posiciona de manera fulgurante. Ejemplo: Frozen, que a partir de ahora es marca a seguir explotando. Los Angry Birds, ahora, también son marca de película. Aclaración final: vi la película en versión original subtitulada y no me hago responsable por el desplume que pueda haber hecho el doblaje.