La urbe en movimiento
“Ánima Buenos Aires” reúne una serie de cortos animados fijos en su retrato de la metrópolis tanguera y heterogéneos en los trazos y atmósferas que aporta cada autor.
Todo filme colectivo concebido en torno a un “concepto” se somete a las limitaciones de la consigna en cuestión (en este caso, Buenos Aires y sus rasgos identitarios más reconocibles, aquello que hace a lo “porteño”: el tango, el barrio, la nostalgia) como condición para expandirse en las posibilidades que cada realizador le encontrará al tema. Así, Ánima Buenos Aires está integrado por cuatro cortos animados y una serie de secuencias que los conectan.
Y es ese juego entre el eje integrador ciudadano y las variaciones “de autor” lo que atraviesa y determina toda la película, siendo el primero un tanto condicionante en cuanto a la literalidad de la postal costumbrista y los subrayados contrastes que separan la vieja ciudad idealizada y la nueva hostil, la soledad metropolitana y el amor redentor, la carnicería y el hipermercado.
Donde Ánima Buenos Aires gana riqueza y profundidad es en la heterogeneidad del tratamiento gráfico, atractivo de por sí para el disfrute del filme entero (allí están las figuras recortadas y de un extraño realismo de Florencia y Pablo Faivre, los fondos de neblina acuarelada y la línea clara de los protagonistas del corto de Pablo Rodríguez Jáuregui, los inconfundibles trazos plástico-cartoon en blanco y negro de Carlos Nine, los personajes entramados de Caloi y el encantador stencil danzante de Pablo Zaramella y Mario Rulloni).
El filme también seduce en una serie de pasajes bellos por su poética suspendida, casi abstracta (el baile solitario de siluetas de carnicería en el corto de los Faivre, el hermoso segmento de lápices de colores y la escena de la ópera en el Teatro Colón de Jáuregui), y en la banda de sonido de tango instrumental a cargo de Rodolfo Mederos, Gustavo Mozzi y Fernando Kabusacki, que acompaña con sutileza los trabajos sin decaer en ningún momento.
Finalmente, Ánima… tiene el plus añadido de contar con uno de los últimos trabajos del fallecido Caloi (María Verónica Ramírez, quien era su mujer, dirigió la cinta), y por eso su aporte, “Mi Buenos Aires herido”, que cierra la película, resulta entrañable como despedida admonitoria de la ciudad que el artista retrató y habitó. En él se debaten la tristeza de una lágrima de proporciones gigantescas y la vitalidad de una mulata de curvas apetecibles, en sí mismos el ying y el yang de una urbe restringida en sus íconos pero inacabable en sus visiones.