Alma de bandoneón
Anima Buenos Aires está compuesta por cuatro cortos de animación firmados por algunos de los nombres más prestigiosos del rubro en nuestro país y que, como lo sugiere el nombre de la película, quieren captar un alma que probablemente en la actualidad sea tan difusa como nunca en la historia de la ciudad.
Es que la Buenos Aires en el apogeo del cosmopolitismo y de las nuevas prácticas habilitadas por el desarrollo tecnológico, esa que vemos todos los días en la calle, el subte o la televisión, está casi ausente del proyecto: el alma que acá se pone en juego, se persigue, es exclusivamente esa instancia mítica que artistas, poetas, escritores, músicos y dibujantes construyeron colectivamente a lo largo del último siglo, por eso la banda de sonido de Anima Buenos Aires se conforma casi exclusivamente (cómo no podría ser de otra manera) de tango, una música a la que tantas veces se hace coincidir con esa alma.
Por supuesto, no es que todos los creadores involucrados en el proyecto acaten esta mitología de la misma manera; por momentos, sucede lo contrario, comenzando por la animación esencialmente lúdica y feliz de Juan Pablo Zaramella, que introduce la película y funciona como separadora entre los distintos cortos.
Zaramella usa, sí, una pareja de tango pintada en stencil sobre una pared, gesto que de por sí fusiona al tango con una forma actual de la pintada callejera, y la pone a bailar por escenarios por demás icónicos, especialmente Caminito. Pero el espíritu de ese baile es básicamente de juego con las posibilidades plásticas de las superficies, y esa actitud se extiende incluso a los mitos (Perón y Eva, también stencileados, aplauden al ritmo del dos por cuatro en un momento).
Algo similar puede decirse sobre el corto del rosarino Pablo Rodríguez Jáuregui (en colaboración con Maus y Max Cachimba, entre otros) en el que un aspirante a artista netamente nerd persigue enamorado a una chica que hace grafitti y está siempre escapándose de la cana con su patineta. Rodríguez Jáuregui hace del arte callejero el centro de una historia menos naif de lo que parece que tiene a la muchacha, armada con sus aerosoles que lleva colgados en la cintura como granadas, recorriendo la ciudad para llenar paredes, bocas de subtes y cuanto lugar se pueda de pintadas pop, hipermodernas, con la fantasía final de proyectar esas mismas pintadas -que, a no olvidarse, básicamente son ilegales- sobre la ciudad toda, en un gesto tan alejado de las concepciones tradicionales sobre el arte como potencialmente transformador.
En general, Anima Buenos Aires gana en frescura y en posibilidades de funcionar en el presente cuando realiza sus pequeñas utopías de forma plástica, como sucede en las intervenciones de Zaramella y de Rodríguez Jáuregui, y se sobrecarga en cambio de un lastre innecesario cuando se quiere parlante, elocuente: en el corto de Pablo y Florencia Faivre, por ejemplo, se disfruta el collage, pero no tanto la oposición un poco simple entre la vieja cultura barrial y cuentapropista, condensada en la figura de un carnicero melancólico (combinación que es de por sí un hallazgo), y la empresa extranjera que viene a instalar un supermercado obscenamente capitalista, una figura similar sobre el progreso (por llamarlo de algún modo) a la que aparece en el corto de Caloi, donde a un compadrito le arrancan literalmente el farol en el que está apoyado para reemplazarlo por los más actuales postes del alumbrado público.
Es que claramente hay un agotamiento en ese tipo de nostalgia, que a veces no hace más que repetir, frente a los cambios del presente, los viejos mitos sobre la ciudad sin percibir del todo que son precisamente eso, mitos, e inmovilizan un pasado que fue mucho más dinámico de lo que se recuerda (la mulata idealizada del corto de Caloi representa un poco eso). De todos modos, la libertad de las imágenes que suelen decir más de lo que se pretende por momentos se impone, como en el corto de Nine (codirigido con su hijo Lucas): allí también está el tango pero en su costado violento, grotesco, suavemente monstruoso, plasmado en tinta negra sobre superficies blancas que en su aspecto inacabado sugieren que hay mucho más para leer en esa mitología de lo que se ve a primera vista, que hay cosas que todavía se están moviendo.