El largo plano secuencia que abre el segundo largometraje de Armando Bó (hijo de Víctor y nieto del más famoso de los Armandos de la familia) no deja lugar a duda: los Decoud son una tradicional familia de clase media acomodada marplatense. Aunque también es indudable –como la misma historia revelará luego– que los sacrificios realizados para disfrutar de esa casa de dos plantas no fueron pocos. Antonio, el padre, es gerente de un frigorífico, un hombre amable que –según su descripción– pasó gran parte de su vida siguiendo las reglas. Bajo la piel de Guillermo Francella, la identificación es inmediata. Y lo que le pasa es tan inesperado como injusto, siguiendo la lógica de sus pensamientos más profundos, mientras se somete a la enésima sesión de diálisis: solo un trasplante de riñón puede detener el deterioro de su cuerpo. Cuando todo falla –un donante cercano, la lista de espera–, Antonio da el primer paso en un terreno que le parecía marciano: la ilegalidad. En parte policial negro, en parte comedia grotesca, Animal no es tan salvaje como podía suponerse y promete más de lo que entrega, en particular en el desarrollo de los personajes, aunque el pulso de Bó para domar la intriga logra mantener el interés.