Animal

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La nueva película del realizador de “El último Elvis” y coguionista (premiado con el Oscar) de “Birdman” se centra en un hombre que necesita un transplante de riñón para sobrevivir y que, al no poder conseguirlo por las vías legales, entra en una espiral de desesperación y violencia. Con Guillermo Francella y Carla Peterson.

“You can’t always get what you want/But if you try sometimes you might find/You get what you need”, dice la canción de Rolling Stones que suena, versionada, en algún momento de ANIMAL. La frase se aplica claramente a lo que está sucediendo en ese momento de la segunda película de Armando Bo y, acaso, pueda aplicarse al resultado del filme. El director de EL ULTIMO ELVIS se lanza a contar una historia pequeña en dimensión pero ambiciosa en resonancias que cabalga a mitad de camino entre el drama y el filme de suspenso, coqueteando con el género pero sin decidirse a entrar del todo en él. Aquello de que “no siempre se puede conseguir lo que se quiere pero, si se intenta, a veces se puede conseguir lo que se necesita“, entonces, podría también servir como metáfora de la película en sí: tal vez no sea del todo lo que Bo quiso, pero a base de esfuerzo y convicción por momentos logra lo que precisa.

ANIMAL es una película cuyo título parece presagiar un descenso a los infiernos de la crueldad humana, aquella idea de que todo hombre –dadas determinadas condiciones– se vuelve un salvaje capaz de hacer cualquier cosa para lograr su cometido. Similar idea, si se quiere, a la de RELATOS SALVAJES, película que también ponía a sus distintos personajes en situaciones límites que los llevaban a sacar ese monstruo interior. Pero Bo no pone todas las fichas en ese procedimiento sino que juega con él buscando confundir al espectador, hacerlo ir hacia lugares y después girarle bruscamente el panorama, un poco como sucede en el excelente plano secuencia que abre la película y que juega con esa misma idea: cuando la cámara parece que irá hacia un lado y seguirá a un personaje se va para otro lugar siguiendo a otra persona.

Ese plano inicial (que además juega de forma extraordinaria con los tiempos ya que si bien parece transcurrir en secuencia/tiempo real deja en claro por las elipsis internas que no es tan así) cubre los modos y temas de la película pero también plantea un desafío complicado de sostener, ya que obliga a montar una coreografía humana que muchas veces coerciona a los actores a manejarse de una manera un tanto robótica entre sus márgenes, como si su normalidad teñida de Rivotril afectara el tempo del relato y la propia naturalidad de la puesta en escena.

ANIMAL es la historia de Antonio (Guillermo Francella), un hombre exitoso, gerente de un frigorífico marplatense –escenario propicio para que la película justifique sus variadas intervenciones de rojo sangre–, que tiene una familia cuya felicidad si bien no es del todo falsa se acerca a una suerte de apatía new-age que queda demostrada en algunas costumbres y comentarios de Susy (Carla Peterson), su mujer. Tienen dos hijos adolescentes y uno recién nacido. Pero esa abúlica normalidad entra en crisis cuando, al final del largo plano secuencia, Antonio se desploma mientras corre por la rambla. Pasan dos años y sabemos qué es lo que sucedió: uno de sus riñones dejó de funcionar y el hombre necesita un transplante mientras sobrevive con diálisis.

Allí comenzará una odisea que lo irá llevando a lo que presagia el título: a dudar de su confianza en el sistema y quitarse capas de civilización. Uno puede cuidar el cuerpo, pero el cuerpo lo puede traicionar cuando se le da la gana. Y uno puede ser fiel a un sistema –en este caso, al ponerse en lista de espera de donantes–, pero el sistema puede no funcionar cuando uno lo necesita. ¿Por qué, piensa Antonio, si puedo comprarme lo que necesito para vivir bien no puedo comprarme un riñón para no morirme? Uno puede imaginar hacia dónde puede llevarlo ese comentario. Y después de convencerse que ni un familiar se “sacrificará” por él ni el sistema llegará a tiempo, decide entrar a un mundo ajeno a él. Uno donde no se respetan las reglas y funciona una suerte de “sálvese quien pueda”. Y como pueda…

ANIMAL entra a partir de ahí en un terreno más cercano al thriller o al filme de suspenso –una pesadilla que puede no ser otra cosa que eso–, especialmente a partir de la un tanto exagerada caracterización de algunos de los personajes con los que se cruza en esta búsqueda, en especial una pareja joven que está dispuesta a canjear riñón por casa. Aquella, a esa altura, le parece una solución posible, pero los límites éticos y de confianza a los que Antonio está acostumbrado no funcionan del todo en esos ámbitos y con esta extraña dupla. A partir de ahí la película se vuelve un tanto más pesadillesca, pero el coguionista de BIRDMAN prefiere no ir con todo hacia el lado del thriller –escapándole a un posible CABO DE MIEDO con un transplante de riñón como eje temático– y se maneja en un terreno incómodo, donde la violencia se sugiere más que lo que se muestra y la amenaza siempre es más latente que real.

La película tiene una solvencia visual sorprendente, si bien por momentos su banda sonora es un tanto excesiva, como intentando incrementar una tensión que crece muy de a poco. Es cierto que tras un arranque bastante contundente la película entra en una zona narrativa pantanosa en la que algunos comportamientos de los personajes se vuelven excesivamente caprichosos e ilógicos (es imposible no pensar en porqué Antonio no insiste en otras opciones alternativas, igualmente ilegales pero acaso menos peligrosas), pero cuando la película parece estar al punto de desbarrancar hacia una competencia olímpica de lanzamiento de crueldad, el guion pega un par de volantazos inesperados que cambian la lógica de la situación de un modo inteligente.

ANIMAL es una película oscura y densa, que fascina por momentos e irrita (a veces de manera buscada, otras no tanto) en otros, y que parece estar lidiando todo el tiempo consigo misma: con sus personajes, con su tema, con su tono y su lógica. A una escena excelente (una discusión de pareja frente al Hotel Provincial que despabila y resignifica la película) le puede seguir otra que bordea el absurdo (como la mayoría de las que tienen lugar en la casa tomada en la que vive “el donante” y su pareja) y la credibilidad que la película construye en ciertos momentos se resquebraja en otros. De vuelta, como en la canción de los Stones y en la vida de Antonio, en ANIMAL Bo no siempre consigue lo quiere, pero acaso lo que encuentra es suficiente para seguir desarrollando su inquieta y particular búsqueda como cineasta.