El nuevo, y posiblemente esperado opus, del director que debutara con la magnifica “El último Elvis” (2012), y luego ganara el premio de la Academia de Hollywood como guionista de “Birdman” (2014), nos enfrenta a un texto que principia como de lo cotidiano, de lo habitual de algo que puede suceder, para luego hacer un giro sobre si mismo a fin de plantear otra cosa, todo determinado por el mismo nombre de la película.
El filme comienza con imágenes que luego se descubren atravesando la sangre, que lo que se ve no es lo que se percibe, un órgano vital del cual tampoco queda determinado si humano o no.
Los primeros minutos están, filmados, realizados, mostrados, con un plano secuencia.
Es la manera que elige el realizador de mostrarnos los personajes: una familia tipo, clase media alta.
Antonio Decoud (Guillermo Francella) es el padre de familia casado con Susana (Carla Peterson) padres de tres hijos, el mayor esta en plena adolescencia.
La cámara sigue a todos en una mañana cualquiera, el desayuno, las charlas habituales, lo glamoroso y conciliador que es el padre, mientras la madre se muestra con más posibilidades de instalar los limites.
Así todo, la cámara sigue a Antonio en su rutina matinal. Sale a trotar por la rambla, recién ahí sabemos de la ubicación espacial de las acciones, estamos en Mar del Plata, hasta que algo sucede con Antonio que se desploma sobre la acera.
Esta es la única elección del cómo contar que aparece justificado desde específicamente lo narrado, digamos el relato.
Fundido a negro.
Retorno con leyenda de una elipsis temporal de casi dos años. Antonio esta teniendo sesiones de diálisis, no hay más nada que decir.
Estamos en la noche anterior a la operación de transplante, Antonio recibirá un riñón, el donante es su propio hijo. Este seria uno de los pocos traspiés del guión, y no con los ojos puestos en Antonio.
Digamos que desde la lógica natural un padre con las características mostradas sobre Antonio se negaría a recibir un riñón de su propio hijo adolescente, al que estaría castigando con la imposibilidad de vivir una vida plena.
Pero el verosímil se podría instalar desde el deseo de sobrevivencia, (¿podría leerse como egoísmo extremo?), ese mismo verosímil se rompe en pedazos cuando el punto de vista se trasladaría a la madre. ¿Como podría permitirlo, permitírselo?
Operación que por circunstancias ajenas al personaje no puede llevarse a cabo, y ahí entra el calvario para Antonio, la bendita lista de espera de donantes.
Mientras tanto, con diálisis de por medio, continua con su trabajo de gerente de un importante frigorífico donde faenas vacunos.
Hasta que lee un aviso de donante de riñón que lo canjea por vivienda. En el primer encuentro con Elías Montero (Federico Salles) y Lucy (Mercedes de Santis) no da cuenta que tipo de personas son, no puede, su mirada sólo está puesta en conseguir un riñón. Ni percibe que estos dos personajes ni son lumpen, están más cerca de la adicción en su forma más extrema que a la pobreza como constituida, per se.
El juego de gato y ratón que se establece entre ellos transforma un drama en algo más parecido al thriller.
De muy buena construcción y desarrollo del relato, muy bien filmado, sólo que la única vez que se justifican las formas es al principio, luego aparecen planos detalles, planos fijos o generales, montaje según genero dramático y algún que otro plano secuencia, con la sensación de que lo único que importa es mostrar que se puede hacer.
Ello no va en desmedro de la denuncia de la manipulación que puede hacer la clase media alta con la compra del cuerpo de la pobreza, o de los desdichados. Una cosa no quita la otra.
Poseedora de una muy buena banda de sonido, por momentos empática, en otros de manera contrapuntistica, constituyendo junto con el sonido en estado puro. Un muy buen diseño de sonido, lo mismo ocurre con la dirección de arte y la fotografía, el manejo de la luz y el color. Diferenciando muy bien los espacios y las razones estéticas de esos cambios como, ejemplo, el blanco muy iluminado del frigorífico donde la sangre hace surcos.
Sin embargo todo se apoya en las muy buenas actuaciones, sorprenden los dos jóvenes, Federico Salles y Mercedes de Santis, quienes le dan a sus personajes los rasgos necesarios para que ellos circulen siempre por lo creíble.
Quien a esta altura ya no sorprende es Guillermo Francella, que carga con casi todo el peso del filme, quien desde que alguien le descubrió otra faceta como actor no para de reinventarse.
La que sí sorprende de parabienes es Carla Peterson, que con muchos menos minutos en pantalla transita por todos los estados de ánimos posibles, sus múltiples registros desplegados aqui terminan por, un poco, y sólo un poco, opacar a sus compañeros, y en este caso bienvenido sea.