Antonio (Guillermo Francella) es el clásico padre de familia proveedor, que mantiene con su sueldo, como gerente de un frigorífico, el alto standing de una gran casa en una zona buena de Mar del Plata, a sus tres hijos y su mujer (Carla Peterson). Un tipo prolijo, metódico y amoroso, composición de un Francella que, en los primeros minutos de Animal, remite asombrosamente a otro "con secreto", el de Arquímedes Puccio en El Clan. Acá, más que un secreto siniestro, hay un quiebre, un conflicto destinado a romper tanta armonía, cuando se descubre que el hombre tiene una disfunción renal y necesita un trasplante de riñón. Corte mediante, dos años después el bueno de Antonio sigue esperando, cumpliendo con sus sesiones de diálisis y poniéndose cada vez más nervioso, por lo que empieza a investigar online la posibilidad de resolver el asunto por su cuenta, encontrando un donante a cambio de una casa. Bo ofrece poco más que un par de escenas -el hijo que se niega a donar y sale corriendo, literalmente, el compañero de diálisis que muere- para dar cuenta de esa evolución en la desesperación de su protagonista.
La nueva película de Armando Bo (El último Elvis) fue escrita junto a su colaborador Nicolás Giacobone, la dupla co autora de Birdman y Biutiful, del mexicano Alejandro González Iñarritu. Y como en el cine del premiado Iñarritu, Animal es una película preocupada por ahondar en la miseria humana, el lado oscuro, "animal", que surge hasta del más compuesto e intachable de los individuos cuando se lo pone a prueba. Menos redonda que Elvis, más ambiciosa e infinitamente menos humana, Animal parte de esa desesperada búsqueda de un riñón, de supervivencia, para armar un thriller de suspenso, con una tensión que va en aumento a medida que Antonio se relaciona con una pareja -él posible donante, ella embarazada-, de lúmpenes peligrosos, que se meten cada vez más, y más agresivamente, en su vida. En esa extorsiva invasión de la vida familiar, terrorífica apropiación de lo ajeno, linkea también con films como Funny Games, de Haneke, con aquellos chicos bonitos y salvajes que se divertían con una familia de vacaciones. De un lado, los burgueses pagadores de impuestos que venían haciendo todo bien; del otro, los necesitados, que para Bo son sucios, feos y malos sin solución ni contradicciones, aunque justo es decir que sus supuestas víctimas tampoco ofrecen un dechado de virtudes. En el fondo, todos somos unos egoístas que no pensamos en otra cosa que en salvar el pellejo, cueste lo que cueste, dice Animal, con una música pomposa que acaso quiere sugerir humor negro, aunque el tema central, y el tono narrativo, lo anulen (el único humor posible está en la paradojal presencia de Francella en otro muy buen papel dramático). En una producción impecable, con un grupo de actores capaz, en el que destaca, además de Francella, Federico Salles, como el desagradable donante y con unas cuantas situaciones, sobre todo en la aceleración final, caprichosas y (aún para una apuesta que no se pretende apegada al realismo, según los realizadores) poco verosímiles.