Animal

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

Después de su primer gran largometraje, El Último Elvis, Armando Bo pasó a jugar en las ligas mayores en dos ocasiones, junto a Alejandro González Iñárritu. Primero lo hizo con Biutiful, un exagerado melodrama, y luego con Birdman, la oscarizada película que consagró al realizador de Amores Perros como uno de los nombres más importantes de la industria actual (eso quedaría confirmado apenas un año después cuando Iñárritu realizase la que es, hasta ahora, su mejor película: El Renacido). Ya con tamaña trayectoria y un premio de la Academia de Cine de Estados Unidos, Bo regresó al país para filmar su segundo largometraje como director, Animal, y el resultado no podría ser más desconcertante.

La película comienza con un impecable plano secuencia que anuncia todo lo bueno y malo que tendrá el film: por un lado, un virtuosismo técnico por momentos loable y por momentos redundante y exagerado (parece, en determinado punto, un video publicitario), y una metáfora de “vida perfecta de un hombre perfecto” que rápidamente se va al tacho. Bo elige resaltar una y otra vez, a través de diálogos repetitivos, lo que el espectador ya entendió en la primer escena: el protagonista trabajó toda su vida muy duro, fue un hombre ejemplar, y ante la adversidad se encuentra solo y marginado por “el sistema”.

Animal se concentra en la vida (e inminente muerte) de Antonio Decoud, encarnado con notable solvencia por Guillermo Francella en su faceta más seria (esa misma que el actor viene abordando desde su personaje secundario en El Secreto de Sus Ojos). El padre orgulloso de una familia arquetípica tiene todo lo que un hombre su edad busca tener: hijos ejemplares, una esposa ideal y comprensiva, casa propia de dos pisos, auto, algún que otro lujo, y un buen puesto en una empresa frigorífica. Tiene, también, una complicación en un riñón que un día aparece y a partir de ahí su vida desciende a los infiernos.

Tras una escena que introduce el problema en lo que parece un sketch de Los Simpson, cuando el hijo-donante se arrepiente y huye minutos antes de entrar a la clínica, queda claro que Animal pasará a utilizar una fórmula harto probada en Hollywood: el ser que un día dice “basta” y desafía al sistema. Esa lucha individual y egoísta puede estallar frente a un pobre empleado de McDonalds como en Un día de furia (Falling Down), o frente a unos donantes oportunistas que, provenientes de una clase baja adormecida, buscan sacar rédito, fruto de su resentimiento social y mal pasar. Antonio primero accede a sus peticiones, y luego descubre que está siendo usado. Y comienza otro recurso típico de este tipo de películas: el humor negro. Humor que, de rayar en lo obvio, se puede volver demasiado grotesco, y aún si ésto último es prácticamente un sub-género argentino, Animal abusa demasiado de ello.

¿Qué rescata al film del olvido? Por un lado, la ya mencionada interpretación de Guillermo Francella como un hombre no-tan-bueno al borde del colapso, y por el otro la impecable factura técnica, aún cuando raya lo supérfluo (incluso en momentos en que ésto se convierte en una mala decisión estética). Pero el resultado final es irregular, gracias a la soberbia de un guión que en algunos tramos funciona, y en otros comete el pecado de creerse más inteligente y cínico de lo que realmente es.