La mueca distraída del mago Newt Scamander y su valijita llena de criaturas que despertaban más sonrisas que sobresaltos quedaron atrás. La segunda aventura de Animales fantásticos nos lleva cada vez más hacia un mundo oscuro, que exige de sus protagonistas decisiones mucho más serias. "Ahora sé en qué bando estoy", sentencia Scamander cerca del final.
Quienes siguen con pasión las historias de J. K. Rowling saben muy bien hacia dónde nos lleva la historia. También David Yates, experto en el arte de distribuir sobre el tablero a los personajes (son cada vez más y de mayor complejidad) de un mundo que se va acercando cada vez más al origen, es decir a Harry Potter. El joven Dumbledore (un excelente Jude Law) es la bisagra maestra.
Yates le da lugar y sentido a cada pieza, aunque a veces tenga que pagar el precio de algún exceso de sobreexplicaciones y sufra con la solemnidad de la Leta Lestrange de Zöe Kravitz. También saca lo mejor del gran villano encarnado por Johnny Depp, que después de mucho tiempo parece disfrutar de lo que hace. Y hay menos animales fantásticos que en la primera película, pero mucho más espectaculares.
El relato funciona en su mítica grandilocuencia y hace inteligibles las razones que llevan a cada personaje a elegir su lugar y prepararse para las batallas que se avecinan. No es menor el mérito de insuflar de épica a una aventura que asume plenamente su condición de episodio intermedio.