"Animales fantásticos: el secreto de Dumbledore", se queda corta
Da la impresión de que la tercera película de la saga sumará una o varias capas de sentido a las habitualmente mecánicas historias de Rowling. Pero no.
Años atrás el sello Marvel inventó una forma de explotar sus franquicias de modo más extensivo y sistemático gracias al verso del Multiverso, mundo aparte integrado por todos los superhéroes del sello. J. K. Rowling, siempre ambiciosa de más y más libras in the pocket, no le fue en zaga y creó el Wizarding World (Mundo de magos), integrado por las ocho Harry Potter y, con ésta, tres de la saga Animales fantásticos. Más las que vendrán, obviamente, que para eso se creó este mundo. La serie Animales fantásticos es, como se sabe, una precuela de aquélla. A falta de Daniel Radcliffe tiene por nuevo héroe a Newton "Newt" Scamander, “magizoólogo” tímido y adolescentón, empleado del Ministerio de Magia. Más o menos lo que sería Harry Potter a los veintilargos. Parte de los otros personajes de la serie Harry se prefiguran aquí, incluido el gran Credence Barebone. Las historias tienen lugar un siglo atrás, pero los personajes tendrán apenas unos 40 años menos que en Harry Potter. Bué, licencias cronológicas de la Sra. Rowling.
Coproducida por la propia J. K. y con ella escribiendo el guion a cuatro manos junto a Steve Kloves (guionista de Los fabulosos Baker Boys y seis de las ocho Potter), vuelve a dirigir David Yates, en cuyas manos estuvieron las tres últimas Harrys y las dos primeras Animales. Y basta de datos, que ya abruman. El secreto de Dumbledore arranca bien, con la formación de una simpática suerte de Armada Brancaleone. La misión, encargada por un cuarentón Dumbledore (Jude Law) consiste en impedir que el villano Grindelwall logre la eternidad (los pómulos cuadrados, alla Jack Palance, y la nariz drásticamente serruchada, hacen de Madd Mikelsen un malo que siempre “garpa”). La “armada” está compuesta por Scamander (Eddie Redmayne) y entre otros y como corresponde, un estadounidense y una mujer y un hombre negros. El personaje más empático y logrado de esta tercera parte es el último miembro, Jacobo Kowalski (Dan Foggler, excelente). El judío Kowalski es un muggle aparentemente cobardón, un hombre común, que a la hora de los bifes no se esconderá debajo de su delantal de panadero.
“El mundo se está desmoronando”, dice alguien por allí. Y, mirando a cámara (es una subjetiva de uno de los personajes), “vos tenés que ayudar a salvarlo”. Guau. ¿El Wizard World como reflejo del mundo contemporáneo, incluyendo una apelación al espectador que casi casi rompe la cuarta pared? Buen comienzo, reforzado por un viaje a Berlín, donde el führer Grindelwald asienta sus reales (el año es 1932, pleno ascenso de Hitler). Da la impresión de que la tercera Animales sumará una o varias capas de sentido a las habitualmente mecánicas historias de Rowling. Pero no, la cosa llega hasta ahí, porque pronto sobreviene una como las de superhéroes, con muchos combates entre el Bien y el Mal, una o dos ciudades hechas pelota gracias a sus superpoderes, y un notorio exceso de varitazos (pongámosle que se les diga así a los golpes de varita). Habiendo soportado un escandalete por sus declaraciones contrarias a la identidad trans, Rowling intenta contrarrestarlo, haciendo de Dumbledore y Grindelwald dos ex novios. Teniendo en cuenta que Redmayne ya lució un vestido en The Danish Girl, en cualquier momento Newton Scamander se convierte en Newta.