Más allá de que la saga de Harry Potter está terminada (en cine y en libros) es cierto que el universo creado por J.K. Rowling -en el fondo, un gran reciclado de cuentos de hadas y mitologías varias- tiene muchísimo espacio para inventar historias. Pero lo de Animales Fantásticos es una especie de pelea que no termina de cuajar del todo entre las exigencias de un “canon potteriano” previamente establecido y la libertad de crear personajes y tramas autónomas que no refieran del todo a aquella base. Hasta esta tercera entrega, eran erráticas, pero aquí mejora con la presencia de Mads Mikkelsen como el villano Grindelwald. Qué bueno y versátil es Miwkkelsen: su capacidad de dar el tono en cualquier tipo de film, buen trabajo de Jude Law, un peso extra a esta película. La aventura, que implica la construcción de un grupo heroico, tiene en realidad menos fantasía que tensiones “políticas” y ese tema -qué se hace con un poder extraordinario- más la relación personal entre el joven Dumbledore y el joven Grindelwald hacen que la aventura propia, la fantasía, se disuelva un poco, como si fuera un “accesorio” para poder “vender” la historia “relevante”. Aún así, un buen ejemplo de lo bueno y lo malo del cine popular contemporáneo.