En el medio de mil controversias (despido de Johnny Depp y declaraciones transfóbicas de JK Rowling) llegó el dilatadísimo estreno de la tercera parte de Animales Fantásticos. Éste iba a ser el “film bisagra” dado a que la Saga iba a contarse en cinco partes, pero luego de lo sucedido se especula que se cierra aquí una trilogía.
La vara (expresión más que acertada en este caso) había quedado un tanto baja con la entrega anterior, así que el veterano Potter-director David Yates la tenía “fácil”. A nivel historia, Rowling ofrece un entramado un poco más interesante, pero el verdadero brillo en la historia -y que opaca a todo lo demás- es la relación entre Dumbledore y Grindelwald.
No solo porque son dos personajes potentes y a esta altura uno de ellos muy arraigado a la Cultura Pop, sino que también por darle lugar central a un romance homosexual en un film de fantasía. Y lo que termina de darle jerarquía a esto son las magníficas interpretaciones de Jude Law y Mads Mikkelsen.
El villano que hasta ahora era medio soso, resulta interesante gracias al recast y la subtrama. Porque si bien su motivación principal es un calco a la de Voldemort en la saga original, aquí poco nos importa.
Lo mismo sucede con Newt Scamander (Eddie Redmayne), que aquí es poco y nada. Asimismo, la expectativa depositada en el personaje interpretado por Ezra Miller no termina de garpar, pero comentarlo bien es spoiler.
A nivel técnico y puesta, Yates está en piloto automático desde hace mucho y no innova en nada. En definitiva, es una buena película, más aún si sos Potterhead, pero que no trasciende salvo por lo señalado de la dupla protagónica.
Ojalá veamos más de ellos…