La segunda película del diseñador Tom Ford es, como Un hombre soltero, un ejercicio de estilo y elegancia visual: un producto bello como los ojos azules de Amy Adams, que le soplan vida. Porque la belleza de este film noir, sobre el reencuentro de una mujer infeliz con su viejo amor (Jake Gyllenhall) -a través de la novela que él le envía, "Animales nocturnos" un relato ultraviolento que ocupa en centro de este relato- es de una belleza fría, que desde la provocativa secuencia de títulos apela a un sadismo del que no escaparán sus protagonistas. Hay un incómodo regodeo en el daño, la tristeza o el dolor. Por eso, aún con su logrado clima de pesadillla, en plan De Palma cruzado con David Lynch, Ford consigue un film que se ve con admiración objetiva, pero del que se sale con cierto rechazo y bastante incertidumbre.