Con bastante retraso llega uno de los films animados que más sorpresa causó en los últimos años, por lo menos en esta región del mundo.
Anina de Alfredo Soderguit, es el film uruguayo que hace cuatro años tuvo el honor de participar en el festival BAFICI, tanto en la competencia BAFICITO como en la Competencia Internacional.
Basada en la novela de Sergio López Suarez, es una pequeña película que habla de una niña con una “maldición”, su nombre es tres veces capicúa (Anina Yatay Salinas) y piensa que además es horrible. Sus padres intentan convencerla de que es hermoso y su abuela le arma un listado de los nombres más feos del mundo.
Pero los niños son crueles, y Capicúa es el mote que recibe todos los días en el patio cuando va al recreo.
Una niña, Yisel, a quien Anina no soporta, termina un día provocándola luego que ella le tirara su sándwich al piso. Anina le dice Elefante y ahí la pelea. Son convocadas a la dirección al otro día con sus padres y la directora les da un sobre lacrado y una semana en suspenso del castigo acorde a la situación.
Y ahí comienza verdaderamente el filme, porque no hay nada peor para un chico que el “no castigo”. La ansiedad de no saber qué pasará en el futuro los planes que elucubrará para saber qué puede contener el bendito sobre.
Película con un aura y atmósfera reconocibles (las calles, los colectivos, las milanesas con papas fritas, las viejas chusmas, la maestra mala, la buena, el patio, la lluvia), “Anina” aboga por una simplificación de los procesos y un retornar a lo simple.
La maestra mala (Srta. Agueda) grita y canta “la letra con sangre entra” o “castigo y sanción para todos” y Anina la enfrenta, y ahí se convierte en la heroína de sus compañeros y comienza a empatizar con Yisel.
Hermana de otros personajes entrañables del cine y la TV como Madelaine, Matilda y Olivia, Anina reflexiona sobre la niñez y el aprendizaje sin golpes bajos y con un enorme amor al cine.
Los trazos de su animación son tan simples como entradores, Hay algo de dibujo a crayón, de pegado de papel, de pura infancia.
Es difícil saber su aceptación en otras partes, verla en este rincón del planeta es viajar directamente a los recuerdos de nuestra infancia. Pero también hay algo que atraviesa lo generacional, su purísima inocencia la convierte en ideal tanto para niños (más bien chicos) de ahora como los que atravesaron esa edad hace ya varias décadas.
Tierna, graciosa, reconocible, preciosa, tenemos otra oportunidad de ver Anina en salas, créanme, hay que aprovecharla.