Dura de matar.
Quien ha seguido la carrera de Luc Besson, sabe que desde Nikita (1990) se le ha dado muy bien el tema de retratar mujeres espías, obligadas por las circunstancias, que se convierten en máquinas de matar. Si bien el origen es distinto, y con tintes fantásticos, en Lucy (2014) con Scarlett Johansson pasaba algo similar. O sea que el realizador francés capta a mujeres resilientes que tienen mucho por hacer y contar, y las transforma en heroínas.
También es el caso de Anna: El Peligro tiene nombre, donde reelabora a su Nikita. La fórmula es parecida, la bella Anna Poliatova (Sasha Luss) sometida a una vida de abusos, se enlista en el ejército ruso y cuando la KGB ve su perfil, en un episodio con corte de venas incluido, decide que es perfecta para que se convierta en miembro de la agencia: tiene ira acumulada, a su vez que no tiene nada, ni nadie que perder.
Es así que Anna tendrá un duro entrenamiento para poder infiltrarse en las misiones más peligrosas, también para convertirse en una asesina a sueldo de temer. Tras la fachada de una top model que vive y trabaja en Francia, y con una novia tan hermosa como ella, no solo cumplirá los pedidos de su superiora Olga (una excepcional Helen Mirren), también se verá involucrada con un agente de la CIA, Lenny Miller (Cillian Murphy).
Utilizando su belleza como arma seduce a todos por igual para lograr cometidos. Y así deviene la historia, entre tiros y peleas, en la que nuestra protagonista simplemente buscará “salir del juego”, tener una vida normal; entre sus distintas facetas y personalidades (como una mamuschka), ella quiere descubrir realmente quién es.
Claro que Besson es consciente de la reversión de su Nikita, así como el personaje. Por este motivo da varias vueltas de tuerca al relato. Nada es lo que parece, el realizador juega con las temporalidades, y como todo thriller de espionaje las verdades se revelan a medias. A pesar de una narrativa intrincada, tipo puzzle, en donde la mirada del espectador no es cómplice, todo se resuelve orgánicamente.
Al mejor estilo John Wick, Anna sale ilesa de restaurante lleno de matones, armada solo con una pistola vacía; por lo que termina cortando gargantas con platos rotos y matando con un tenedor. De este tipo de escenas hay y muchas, todo se entremezcla con el vacío existencial de nuestra heroína, que a pesar de su atractivo, se le puede reprochar que no logra transmitir demasiadas emociones, como si lo hacía la visceral Nikita (la comparación es inevitable).
Si bien el director tiene pulso para el cine espionaje, quizá ya está un poco harto; por eso no le queda mejor opción que acudir a la metadiscursividad, y en cierto punto parodiarlo. Claro que poniendo a disposición todos los recursos del género y a una mujer tan divina como letal.