El cine tiene esa magia particular como arte en la que hay películas que pueden tener un guion lento y largo pero la belleza lograda en las imágenes y el sonido hace que la trama quede en un segundo plano. Basada en la novela de Tolstoi, “Anna Karenina” tiene diversas versiones cinematográficas de varios países; este es el caso de la del ruso Karen Shakhnazarov.
El film cuenta la historia de amor entre Anna Karenina con el Conde Vrosky. Ella es una mujer de la alta sociedad rusa de fines del siglo XIX, casada con Alexis Alexándrovich Karenin, un hombre bastante cuestionable, sino despreciable. Ella conoce al Conde a través de su madre en un tren y entre vaivenes de eventos de la nobleza comienzan a desarrollar un amorío que atravesará la historia. De una forma tanto extraña como interesante, la aventura nos llega por voz del Conde en plena guerra entre los imperios ruso y chino en 1904.
La narración comienza con un primer acto que capta rápidamente nuestra atención y una fotografía de primer nivel. El problema está en el segundo acto, que el relato se vuelve denso y parece dejar de lado la intención de lograr empatía con éste. Se torna confuso lo que se cuenta en ambos momentos desarrollados, y la historia se siente chata, sin profundidad alguna. En el tercer acto recupera ritmo y produce interés, pero, al ser tan largo el segundo, como espectadores podemos habernos perdido los por qué de semejante final.
Sin embargo, tiene una producción destacable. Lo visual, desde los vestuarios a la escenografía genera en la pantalla una asimilación a la época que con la banda sonora producen escenas bonitas que parecen extraídas de la época con una gran belleza.
En conclusión, si bien “Anna Karenina” carece de un guion que nos mantenga tensos e interesados en la narración, estéticamente no tiene nada que ser reprochado. Es como contemplar un cuadro escuchando música clásica durante dos horas. Puede llegar a aburrir pero es muy bello.