El director elige una puesta en escena que remite al teatro, creando una atmosfera de musical que se luce por el enorme impacto visual con que dota cada secuencia. Un vestuario de antología, que se luce gracias a la coreografía de movimientos de actores y cámara perfectamente simétricos y elegantes.
Obviamente, la parafernalia teatral, reduce la magia del cine, pero a la vez genera una atmosfera original y onírica, pocas veces vista en el cine moderno.
Keira Knightley está en su salsa en un papel que parece haber sido escrito para su rostro antiguo y seductor. La cámara la retrata bella, radiante y cautivadora.
Una experiencia fílmica para exigentes. Un clásico recreado a puro talento y sensibilidad.