La película sobre las denuncias de acoso y abuso sexual que mantuvieron en vilo a los Estados Unidos Al frente del canal de noticias Fox News, Roger Ailes (John Lithgow), uno de los productores televisivos más míticos de su generación, también es un hombre cruel, autoritario y acosador, que maltrata a sus empleadas y enuncia comentarios groseros y sexistas. Cuando la presentadora y estrella televisiva Gretchen Carlson (Nicole Kidman) decide denunciarlo ante la Justicia, los años de abuso saldrán a la luz. Será entonces cuando sus compañeras, entre ellas Megyn Kelly (Charlize Theron) y Kayla Pospisil (Margot Robbie), tendrán que vencer sus propios miedos e inseguridades para también aportar su testimonio contra el poderoso ejecutivo, y que así la verdad se conozca. Basada en una historia verídica y reciente, El Escándalo (Bombshell) narra esta historia. Se trata de un filme poderoso respaldado en las soberbias actuaciones del trío protagonista: Kidman, Theron y Robbie, cada una de ellas en un registro distinto, pero igual de creíbles y conmovedoras. Ayudada por una lograda caracterización que la hace ver como un clon de la periodista Megyn Kelly, Charlize nos regala una vez más, una interpretación repleta de matices en la que el ego, la ambición, la neurosis y la vulnerabilidad se dan la mano para lograr una personalidad compleja. Margot Robbie también es magnífica en su rol, componiendo a esa joven reportera un tanto ingenua, con las inseguridades de una principiante que se debate íntimamente con su ambición de crecer en un mundo ultra competitivo. Pero más allá de los logros artísticos de El escándalo, vale recalcar que así como la denuncia reflejada en la ficción jamás hubiera ocurrido sin la aparición del movimiento Me Too, la realización de este largometraje tampoco hubiera sido posible sin la saludable ola de empoderamiento que estamos viviendo, y de la que Hollywood no resulta ajeno. Estamos ante una película contada desde la visión de las víctimas que sirve como ejemplo de numerosos casos similares vividos a diario, no solamente en los medios americanos, sino también en las redacciones y estudios de televisión vernáculos. Jay Roach detrás de cámaras logra darle ritmo a la historia transitando un camino que salta del drama a la sátira con gran naturalidad. El guión de Charles Randolph no idealiza a ninguno de las heroínas; por el contrario, las presenta con sus miedos, contradicciones y naturalizaciones, haciendo que el contexto y la trama resulten verosímiles y cercanas. La sensibilidad del filme lo aleja del clásico tono acartonado del cine denuncia, a la vez que lo transforma en una muestra real de “la cultura del silencio” y del costado más oscuro, repudiable y sucio del mundo de los medios.
Un clásico instantáneo y un punto de inflexión del género bélico que buscará el Óscar La película de Sam Mendes es una espectacular experiencia fílmica inmersiva que nos lleva a la primera línea de combate. Nominada a diez premios de la Academia de Hollywood, hoy llega a las salas argentinas Pocas veces el cine comercial ha tomado la acción de la Primera Guerra Mundial para desarrollar una historia de estas proporciones. Sam Mendes, el realizador de gemas del séptimo arte moderno como Belleza americana o Camino a la perdición, aprovecha aquel escenario casi inexplorado en la ficción para contar la travesía de dos soldados británicos, los cabos Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) que deben cumplir con una misión de tinte suicida: entregar un mensaje urgente y decisivo al coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch). Para realizar esta tarea deberán abandonar la trinchera a plena luz del día y avanzar por el campo francés ocupado por los alemanes. Si no llegan a tiempo, 1.600 soldados perderán la vida. Con un gran manejo de la puesta en escena, y apelando a la técnica del falso “plano secuencia” (tomas rodadas supuestamente sin cortes), el director de cine no da respiro al espectador y lo embarca en una carrera contrarreloj, acompañando a los dos soldados mientras atraviesan angostas trincheras, alambres de púa y un sanguinario campo de combate minado donde abundan los cadáveres desmembrados, las balas, las explosiones y las filosas bayonetas. Si visualmente 1917 resulta revolucionaria y audaz; también hay que remarcar que todos los artilugios técnicos están puestos al servicio de la historia. Es verdad que por momentos el metraje parece ser parte de un videojuego moderno, pero el realizador nunca deja de lado a los personajes y logra que el público empatice con ellos. La labor de Roger Deakins, el director de fotografía, es parte fundamental de la magnífica composición que el largometraje presenta. La lente de su cámara logra captar el barro, la sangre, el humo, la suciedad y la desolación pasando por varios tamaños de planos que van desde los detalles hasta las grandilocuentes panorámicas. También hay que destacar el montaje que consigue disimular los cortes y que realmente logra convencernos de que todo ocurre en tiempo real y en una sola toma de 120 minutos. El filme tiene diez nominaciones a los premios Oscar El filme tiene diez nominaciones a los premios Oscar Sam Mendes, también responsable de las dos últimas películas de James Bond, ya había demostrado su apego a los planos elaborados y exuberantes, pero en este, su nuevo opus, se justifican como nunca, ya que permite sentir las sensaciones de los soldados (el miedo, la congoja y el dolor) en primera persona. 1917 es un clásico instantáneo, un punto de inflexión fundamental del género bélico, que en el futuro será materia de estudio y revisión en las escuelas de cine. Una historia profundamente humana, sin héroes extraordinarios ni villanos híper malvados, un filme cautivante, asombroso e imponente. En los Globos de Oro ganó en las categorías película dramática y director. Y es una de las preferidas para los Óscar, ya que tiene diez nominaciones (película, director, fotografía, maquillaje y peinado, diseño de producción, guión original, mezcla de sonido, edición de sonido, efectos especiales y banda sonora).
“Parasite”, la multipremiada obra maestra en la que el espectador pasará de la risa al llanto De Corea, llega un filme increíble, una fusión de géneros atrapante, irresistible e inolvidable sobre la desigualdad social, un clásico instantáneo Ki-taek es el patriarca de una familia pobre que habita en un piso bajo en Seúl y que sobrevive a base de trabajos precarios. La vida de este clan humilde cambiará radicalmente cuando el hijo consiga trabajo como profesor de inglés de un niño en una casa de clase alta. Parasite ya recibió varios reconocimientos: ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes; el elenco fue distinguido en los SAG Awards; obtuvo un Globo de Oro como película extranjera. Además está nominada a seis estatuillas en los Oscar: mejor película, película extranjera, director, guión original, diseño de producción y montaje. Bong Joon-ho es uno de los cineastas más deslumbrantes de los últimos años. Con solo siete películas en su haber, ha logrado trascender las fronteras de su país natal y conquistar el corazón de los espectadores alrededor del mundo. A pesar de transitar por distintos tipos de géneros, hay temas recurrentes en la filmografía del realizador coreano como la unidad familiar (en The Host) o la lucha de clases (en The Snowpiercer) que también están presentes en Parasite, su obra más notable sin dudas. Play El tráiler de "Parasite" Es difícil catalogar este largometraje, la infiltración que hace la familia de clase baja en la mansión de los millonarios, está narrada con gracia y utilizando varios pasos de comedia. Pero Joon-ho decide en un momento cambiar el registro, salir de la sátira y darle paso a un segmento de tensión y suspenso, que deriva en secuencias de horror explícito. Todo este encadenado de estilos y géneros se da con tanta naturalidad que el espectador pasará de la risa, al llanto y al espanto sin solución de continuidad. Si el filme resulta tan hipnótico es por un guión elaborado en el que cada diálogo y secuencia fluye naturalmente. Además, la exquisita dirección de fotografía que pasa de la sordidez del sótano en un barrio pobre a la magnificencia de una mansión que es puro lujo y diseño, nos permite palpar, sentir, las texturas, los colores y los climas que las conforman y que las diferencian. El elenco de la película fue distinguido en los SAG Awards ( REUTERS/Monica Almeida) El elenco de la película fue distinguido en los SAG Awards ( REUTERS/Monica Almeida) Está claro también que todo funciona porque el elenco es notable y cada uno de los actores cumple a la perfección con su papel. Espléndido Kang-ho Song como el padre pobre, cuyo olor corporal lo hace único y Choi Woo-shik como su primogénito que irrumpe en un hogar de clase acomodada para ponerla “patas para arriba” emulando a Terence Stamp en Teorema, la película de 1968 de Pier Paolo Pasolini, a la que Parasite sin dudas le debe inspiración. El ritmo del metraje es perfecto, y el entretenimiento no impide descubrir las múltiples capas que la historia contiene, una trama muy elaborada que permite varias lecturas. Los “parásitos” a los que refiere el título, bien podrían ser los humildes que se quieren aprovechar de los ricos, como también los millonarios que no mueven un dedo por comodidad y delegan en sus “sirvientes” las tareas más mínimas. Por otra parte, no hay estigmatización en el filme, los pobres de Bong Joon-ho son personas inteligentes que no han tenido oportunidades, inocentes en busca de un poco de dignidad. Parasite es una obra maestra que marca una época, una película destinada a perdurar en el tiempo, una parábola social actual, inquietante y cercana.
Una fusión de thriller light y comedia costumbrista llena de argentinismos Un grupo variopinto de ladrones y estafadores se unen para atracar un banco en la zona de Acassuso en la Provincia de Buenos Aires. Fernando Araujo es el cerebro, el hombre detrás de la planificación; Mario Vitette Sellanes es el inversor y la cara visible. El plan perfecto incluye el robo a las cajas de seguridad, la toma de rehenes y una huida “de película”. Ariel Winograd, el cineasta más exitoso de la comedia vernácula, se pone detrás de cámaras para retratar un evento policial reciente que ha quedado marcado a fuego en el imaginario popular por lo osado y efectivo. Con el desarrollo y la resolución tan fresca en la memoria de los espectadores, los guionistas (Alex Zito y el propio Fernando Araujo) y el cineasta han hecho hincapié más en las formas y el género que en las sorpresas y los giros argumentales. Todos sabemos lo que ocurrió en este asalto, por lo que el atractivo de las dos horas de metraje se dan en la química entre los personajes y la puesta en escena que revela una producción ambiciosa. Diego Peretti como el personaje de Araujo nos introduce en el corazón de la banda de atracadores. No solo es quien tiene la idea del golpe, sino que reúne el equipo y marca el ritmo de la historia. Sus miradas y gestos, tan característicos lo convierten en el actor ideal para esta fusión entre la comedia costumbrista y el thriller light. El elenco en el lanzamiento de El elenco en el lanzamiento de "El robo del siglo" (Darío Batallán / Teleshow) Guillermo Francella vuelve al registro que mejor maneja: la comedia criolla. Puede hacer gala de toda su biblioteca de dichos, la “viveza porteña” y cataratas de chistes, con la complicidad de los espectadores. Salvo algunas excepciones, como su recordada performance en El secreto de sus ojos, es sin dudas el tipo de papel que mejor le calza y el más efectivo. El resto del elenco también cumple, aunque un párrafo aparte merece el enorme Luis Luque como el negociador de la policía, el hombre que sospecha que algo del atraco no cierra y que juega el papel de “cazador cazado”. Hay una gran reconstrucción de época, de la fachada del banco y del barrio en donde se desarrolla la trama. Algunas ideas visuales son realmente atractivas, como la que muestra a los ladrones avanzando por el boquete. Hay un logrado uso del flashback, recurso que no es utilizado en exceso y que ayuda a redondear conceptos y una buena utilización de la banda sonora que acompaña la acción. Los momentos más dramáticos del filme, aquellos que tienen que ver con la no muy desarrollada relación entre Vitette y su hija, quizás sean las más anticlimáticas de un filme que en general se hace llevadero y entretenido. Como muchos largometrajes en los que el espectador empatiza con los criminales, en El robo del siglo falta un antagonista, un villano que le dé más cuerpo a la historia. No escasean los momentos que hicieron mítico al asalto: el traje gris, los gomones, las pizzas para los rehenes y la clásica nota que los ladrones dejaron en las cajas de seguridad y que se convirtió en símbolo del hecho. La primera gran película nacional del año tiene las dosis exactas de género y argentinismos como para robar los corazones de los espectadores. Después de todo, es “solo plata, no amores”.
El niño que tiene a Adolf Hitler como amigo imaginario Dirigida por Taika Waititi, quien además interpreta al genocida nazi, se trata de una comedia negra tan irresistible como incorrecta Jojo Betzler es un muchacho de 10 años que ha sufrido bullying desde que tiene memoria. Con un padre ausente y una madre que tampoco termina de comprenderlo, Jojo intenta encajar en la nueva Alemania que se abre ante él: un país en el que el régimen nazi se ha apoderado de todo. En un contexto de odio, persecución, racismo y violencia, el chico se inventa a un amigo imaginario que lo guíe y acompañe, un amigo al que pueda admirar, un líder, un faro: Adolf Hitler. Pero, cuando Jojo descubra un secreto que le oculta su progenitora, su mundo y su visión sobre el bien y el mal cambiarán radicalmente. Taika Waititi, el nuevo niño mimado de Hollywood, retoma el tono paródico y el humor negro de la comedia vampírica Lo que hacemos en la oscuridad para esta película cargada de incorrección política, momentos delirantes y un drama profundo que calará hondo en los espectadores. Se podría decir que Jojo Rabbit está emparentada con La vida es bella, pero a diferencia de la película de Robert Benigni, Waititi no recurre ni a los golpes bajos ni a los diálogos edulcorados. Por el contrario, nunca abandona la crudeza ni la sordidez que la trama requiere. El ámbito de la guerra y le persecución a los judíos sirve de marco para narrar una poderosa historia de amistad entre dos antagonistas. Una relación que llega a niveles inesperados según avanza el metraje. El elenco se mueve con soltura en el registro de la sátira, con grandes momentos de Sam Rockwell (una vez más) y su lacayo Alfie Allen, Scarlett Johansson como la misteriosa y piadosa madre de Jojo, y el propio Taika Waititi como un Hitler cercano a El gran dictador, de Charles Chaplin. Pero el corazón del filme es sin dudas el debutante Roman Griffin Davis, quien en la piel de Jojo tiene el peso de hacer avanzar la acción y logra hacernos empatizar apenas arranca el filme. Pequeño gran talento: el inglés Roman Griffin Davis es toda una sorpresa en Pequeño gran talento: el inglés Roman Griffin Davis es toda una sorpresa en "Jojo Rabbit" Visualmente, desde la puesta en escena, el desarrollo de los personajes, los planos y la dirección de arte, el filme parece heredar lo mejor del cine de Wes Anderson. De hecho se aleja bastante del estilo de realización de los anteriores trabajos del cineasta neozelandés. Jojo Rabbit es una película tan osada como original que nunca se toma en broma el Holocausto sino que ridiculiza a sus gestores, y cuenta con una profundidad psicológica difícil de hallar en el cine comercial actual. Un nuevo punto de vista sobre la naturaleza del mal y sobre el instinto de supervivencia.
El filme demuestra que a veces las segundas partes sí son buenas Seis años después del estreno de la primera película animada, llega esta secuela que indaga en el origen de los poderes de Elsa Siguiendo extrañas voces que le prometen revelarle secretos de su pasado, Elsa deja Arendelle para adentrarse en un bosque donde sus poderes podrían no ser suficientes. No lo hará sola, ya que su hermana Anna, Kristoff, Sven y Olaf se unirán en la peligrosa excursión, como puede verse en la trama del esperado filme Frozen 2. La primera película aterrizó en los cines en 2013 en silencio, como una historia más de princesas, y rápidamente se transformó en un clásico instantáneo. No fue magia. Se apartó de las fórmulas con dos heroínas compartiendo el liderazgo de la trama, el príncipe que se revela como un villano, la majestuosidad de los decorados de hielo, el humor disparatado del muñeco de nieve, y sobre todo una lista de canciones hermosas y pegadizas hicieron del filme uno de los más aplaudidos y redituables de la factoría Disney. Play El tráiler de "Frozen 2" Aunque la llegada de una segunda parte era cuestión de tiempo, la vara estaba alta, así que Jennifer Lee (guionista y codirectora) decidió expandir el universo de Frozen mucho más allá de Arendelle, con nuevos escenarios, algunos personajes originales que se suman a la aventura y un desarrollo de los protagonistas originales mucho más adulto, acompañando quizás el crecimiento de aquellos niños que se emocionaron con la película seis años atrás. Visualmente el filme es poderoso, con una paleta de colores otoñales brillantes que pasan del frío al cálido de manera sutil. La animación está cuidada hasta el más mínimo detalle, gestos, movimientos, texturas lucen reales y creíbles. La banda de sonido de Christophe Beck acompaña la acción de manera precisa y las canciones de Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez, otra vez, no solo son pegadizas, sino que además funcionan para que el relato avance cual musical de Broadway, con letras muy sofisticadas que en algunos casos contienen mensajes poderosos. Todos los personajes tienen su momento de lucimiento, pero sin dudas Olaf es quien mejor sabe aprovecharlos. Con un humor físico y gestual, el muñeco de nieve cautiva desde el prólogo del filme hasta su epílogo con los mejores gags del metraje. Hay trazos de mitología nórdica que enriquecen una trama que por momentos recurre a la nostalgia y que es un poco más laberíntica y sofisticada que la original. Sin embargo, lo que subyace entre líneas está muy claro, un mensaje que apela a aceptarse a uno mismo con sus virtudes y errores, algo que Elsa deberá aprender a lo largo del metraje. Esta continuación de Frozen confirma que a veces segundas partes sí son buenas.
La mística por sobre la historia El capítulo final de la historia iniciada por George Lucas en 1977 funciona como epílogo de la saga Skywalker Es difícil analizar este Episodio IX como una película única, disociada de El despertar de la fuerza y Los últimos Jedi, después de todo se trata de una trilogía. J.J. Abrams abrió un camino (que con sus más y sus menos) intentaba emular el espíritu ideado por Lucas a finales de los setenta. Presentó una nueva generación de personajes y los hizo interactuar con algunos emblemáticos, aunque es imperdonable que no pusiera juntos en la pantalla por última vez a Han Solo y Luke Skywalker. Después llegó Rian Johnson y tiró por la borda lo hecho por su predecesor. No respetó la mitología, ni a los personajes icónicos, trazó un argumento en tiempo real que no resultaba creíble, desenmascaró al villano de la historia y lo presentó como un “niño caprichoso” y eliminó a una entidad que se suponía súper poderosa (Snoke) de una manera anticlimática y sin razón. Intentando reparar todo esto, Abrams volvió al ruedo y se embarcó en El Ascenso de Skywalker, con una premisa: borrar con el codo lo que Johnson había escrito. Así este capítulo final ignora gran parte de lo narrado en el Episodio VIII e intenta contentar y emocionar a los fans con imágenes impactantes y algún que otro golpe bajo, pero con poco rigor argumental. Rey, la heroína que conocimos en El despertar de la fuerza sigue siendo el motor, el corazón de la historia. Desde que la presentaron, los espectadores fueron testigos de su búsqueda por saber quién es, por descubrir su identidad. Tras muchas especulaciones, la respuesta es contestada en este largometraje, pero no es ni convincente, ni efectiva, parece un manotazo de ahogado que no tiene sentido si se revisiona las películas anteriores. Kylo Ren, un malo que nunca estuvo a la altura de Darth Vader, ni de Darth Maul, Conde Dooku o el General Grievous, se pasea por el metraje desorientado, con o sin casco, nunca termina de ser ni temible, ni carismático. Y es una pena por Adam Driver, un gran intérprete que ha sido desaprovechado por la poca profundidad del personaje. El arco argumental de Finn, un Stormtrooper desertor es un ejemplo de la poca sincronía que hay entre los tres filmes finales. En la anterior película se insinuaba una relación con Rose, la chica asiática con la que ahora apenas si cruza palabras. Además de que esta última, como Maz Kanata o Capitan Phasma (¿alguien se acuerda de ella?), son parte de una galería de personajes que pulularon sin sentido a lo largo de los tres largometrajes, una prueba más del descontrol argumental que sufrió esta trilogía. Hay varios momentos del largometraje que no suenan naturales, entre ellos los protagonizados por Carrie Fisher, la eterna princesa Leia, fallecida antes del estreno del Episodio VIII, cuyos parlamentos no hacen avanzar la trama y están claramente insertados utilizando metraje antiguo que luce artificial y desconectado del resto de las escenas. O la aparición de Lando Calrissian (Billy Dee Williams), una efectista participación que apela a la nostalgia y que está destinada a los fans que superan los cuarenta y son los más reacios a las nuevas películas. No es el único “fan service”, a lo largo de las dos horas y veinte de película abundan las referencias y clichés que buscan maquillar la incoherencia dramática. El lado positivo es que visualmente El ascenso de Skywalker es mucho más poderosa que sus dos predecesoras. Los escenarios en donde se desarrollan algunos de los combates con sable láser le otorgan una épica que al ritmo de la banda de sonido de John Williams logran conmover. El vértigo y la acción trepidante confirman que el realizador tiene muy claro cómo rodar las secuencias extremas, de persecuciones y batallas. Pero todo esto son pinceladas en una tela que tiene muchos sectores en blanco. Como epílogo, sin exigir que todas las subtramas cierren, puede generar emoción, pero no por las virtudes del filme, sino por la mística que rodea al Universo. Después de todo, más allá de la fallida experiencia que resultan estas tres producciones, La Fuerza es poderosa y estará por siempre.
Una atractiva y divertida comedia de horror Los realizadores de “V/H/S” dirigen esta película de humor negro no apta para espectadores impresionables La joven y bella Grace está a punto de vivir el día más feliz de su vida y también el más terrorífico. Tras celebrar una boda íntima en la inmensa y gótica mansión de los padres de su prometido, una antigua tradición pondrá a la novia en medio de un sanguinario juego en el que su familia política intentará darle muerte mientras la persigue por los laberínticos pasillos del lugar. Samara Weaving arranca el filme “blanca y radiante”, pero no tendrá inconvenientes en mancharse las manos a lo largo de esta atractiva y divertida comedia de horror del subgénero “noche de bodas” que muta en un slasher ultra gore muy original, fresco y divertido. Los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett llevan junto a la novia un macabro juego de escondidas en el que cada rincón, cada sótano, cada lugar oscuro depara una sorpresa. Con mucho humor físico (secuencias dignas de un cartoon), personajes excéntricos y una admirable dirección de arte y fotografía, Boda sangrienta cautiva rápidamente. Más allá de que el metraje es corto y dinámico, los realizadores presentan el conflicto rápidamente y se reservan varios giros argumentales a la largo del mismo, por lo que el espectador nunca deja de sorprenderse. Sin un ápice de solemnidad, otro atractivo del filme radica en lo creíble de las actuaciones: Samara Weaving realiza un tremendo trabajo físico (a la altura de las mejores “reinas del grito”) y es acompañada por un elenco muy sólido en el que todos tienen su momento de lucimiento. Desde la sorprendente Andy MacDowell (en un registro alejado al de su filmografía), pasando por Henry Czerny hasta Mark O’Brien como el novio que se debate entre el amor y el sanguinario mandato familiar. A pesar de nunca renegar del género, es fácil leer entrelineas y reconocer en el filme una sátira que se burla de las diferencias de clases y del matrimonio como institución que debe respetar ciertos votos, incluido el paradójico “hasta que la muerte los separe”. Sin arroz, ni vals, esta Boda sangrienta, sin dudas se convertirá para los amantes de las emociones fuertes en una “fiesta inolvidable”. ¡Viva los novios!
El mito vuelve a cobrar vida en el cine El personaje surgido del folclore medieval y la mitología judía es representado en este filme como la encarnación del mal En pleno siglo XVII una comunidad judía de Lituania es devastada por una plaga y luego por unos malignos invasores. Para defender a su pueblo, Hanna (Hani Furstenberg) usará los poderes de la Kabbalah para crear una criatura que los defienda. El lazo entre Hanna y su creación será tan estrecho que ella será incapaz de ver lo peligrosa que es esa extraña criatura. Dirigido por el dúo de cineastas formado por los hermanos Doron y Yoav Paz, Golem: la leyenda no es la primera versión fílmica de esta historia. En 1920, en pleno expresionismo alemán Paul Wegener realizó una versión extraordinaria, que pese a ser muda y en blanco y negro aún hoy sigue resultando aterradora e inquietante como otras tantas películas del mismo período (Nosferatu o El gabinete del Doctor Caligari, por mencionar algunas). Esta recreación presenta a una criatura con cuerpo de niño, una imagen de inocencia, casi “angelical” que esconde en su interior un alma diabólica y sanguinaria. Si bien se trata de un filme clase B, la puesta en escena y la recreación de época resultan muy efectivas. La dirección de arte y el diseño de vestuario la emparentan con las míticas producciones inglesas de la Hammer Films, algo muy atractivo para los amantes del horror más clásico. A su vez el elenco es muy sólido, sobre todo la actriz Hani Furstenberg quien logra hacer creíble la relación maternal con el monstruo que ha salido del barro. Este argumento pariente lejano de Frankenstein, juega al igual que en la novela de Mary Shelley con los hombres que intentan emular a Dios, con los misterios acerca de la vida y la muerte, y también con las distintas fases del duelo. Tras tantas adaptaciones de monstruos tradicionales, esta versión fílmica de una criatura casi olvidada resulta una bocanada de aire fresco. Sin abusar del gore, ni de los sobresaltos gratuitos, Golem: la leyenda es una digna película de horror y suspenso, un terrorífico y oscuro cuento de hadas, una pesadilla freudiana que incomoda y cautiva.
Un policial negro y una experiencia de cine a la vieja usanza Combinando misterio, muertes y corrupción, la de Edward Norton es una película inteligente y atrapante, un tipo de cine que es cada vez más difícil de encontrar Lionel Essrog (Edward Norton) es un solitario detective privado que padece el síndrome de Tourette. Tras la muerte de su mejor amigo y mentor, Frank Mina (Bruce Willis), decide averiguar quién está detrás de su crimen. Con unas pocas pistas y la fuerza de su mente obsesiva, deberá enfrentarse a matones, a la corrupción y al hombre más peligroso de la ciudad para honrar a su amigo. En la línea del cine policial negro más puro, Norton dirige y protagoniza esta historia que cuenta con todos los clichés del género y funciona como un homenaje a grandes clásicos, como Chinatown. De hecho, la novela original en la que se basa el filme transcurre en los noventa, pero él decide llevar la trama a los cincuenta para agudizar la experiencia noir. Como protagonista, se muestra tan solvente y creíble al igual que en casi todos sus trabajos. Su performance es sutil, nunca cae en la exageración a pesar de moverse en un cuerpo que sufre una patología caracterizada por múltiples tics físicos y vocales, asociada con la exclamación de palabras obscenas y comentarios socialmente inapropiados. Se nota claramente el amor del intérprete por su personaje, y los espectadores empatizarán con él rápidamente. El resto del elenco (un dream team actoral) funciona como un reloj con pequeñas, pero contundentes apariciones. Se destaca Alec Baldwin como el villano de turno, un hombre sin escrúpulos e impune, inspirado en el polémico Robert Moses, un corrupto funcionario neoyorquino de los cincuenta. La fotografía del filme no abusa de la utilización de sombras, pero igualmente recrea climas y atmósferas ligadas al género, utilizando una paleta de colores fríos que profundizan el tono melancólico general del metraje. La reconstrucción de época es soberbia, sin grandilocuencias (se nota que es una producción pequeña, intimista). Todos los detalles están cuidados, desde los escenarios, pasando por el vestuario hasta los objetos personales y la música sublime de Daniel Pemberton que envuelve toda la historia. El metraje, aunque un tanto extenso, resulta llevadero, gracias a un guión bien construido en el que como toda buena historia de misterios y detectives aparecen pistas falsas, sospechosos, femme fatales y, por supuesto, giros inesperados. Huérfanos de Brooklyn es un largometraje que necesita de espectadores concentrados y abiertos a vivir una experiencia de cine a la antigua usanza, una ceremonia fílmica en la que el público pueda desconectar y adentrarse en un universo sin efectos ni explosiones, simplemente personajes y sus conflictos. No es poca cosa.