Joe Wright es probablemente el mejor realizador de cine de temática de época de los últimos tiempos. Su capacidad notable para desentrañar textos y situaciones ligadas a tramas complejas de la alta sociedad que demandan grandes recreaciones, como en el caso de Orgullo y prejuicio, y trasladarlas al lenguaje del cine, es indudable. Su obra máxima sin duda que ha sido Expiación, deseo y pecado, donde logró combinar con fascinantes recursos visuales y evocativos la literatura con el cine.
Pero Wright en los últimos tiempos se acercó también a otro tipo de géneros a través de Hanna y El solista, con resultados interesantes, pera retornar ahora a este terreno en el que se maneja como pez que en el agua, esta vez rodando un clásico real, ya que aborda la novela -que originalmente publicó por entregas una revista rusa- de León Tolstoi Anna Karenina.
Sin embargo en esta ocasión su brillante puesta en escena, que mixtura en todo momento lo teatral con lo cinematográfico, y su vasto caudal expresivo en el que hasta la comedia musical –sin canciones- está presente, no logra cuajar adecuadamente con el relato romántico y social que plasmó el gran escritor ruso. La melodramática historia de amor está bien presente, pero no se complementa con otros aspectos de la vida rusa de aquellas épocas, como un personaje combativo y desamparado que no participa mucho. Y por otra parte algunas situaciones de la historia
de amor caen en reiteraciones que fatigan un poco. El director se muestra realmente obsesionado con el diseño estético, que incluye algunas meticulosas coreografías de la vida cotidiana e imágenes y recursos sensoriales de altísimo nivel. Ni que hablar de los bailes de época, formidablemente expuestos en el film. Las actuaciones en general son buenas pero adolecen de algo más de carnalidad, con una Keira Knightley que de todas maneras desborda la pantalla.