Respiración artificial
Era todo un desafío hacerle frente a una nueva adaptación (y van) de este clásico de Tolstoi. El oráculo de IMDB avisa que es la número 24 de una serie de intentos que se inició en 1911 y que tuvo entre muchas otras a Vivien Leigh, Claire Bloom y Jacqueline Biset, y nada menos que a Greta Garbo, como protagonistas.
Joe Wright se ha revelado como un inteligente adaptador con sus dos primeras películas (también protagonizadas por Keira Knightley), Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación (2007). Tras un par de intentos interesantes e irregulares de desencasillarse de ese lugar de especialista en films “de época” vuelve a a revisitar un clásico, pero viendo que puede aportar de nuevo, más allá de la esperable pericia técnica (todo el diseño de producción, el vestuario, la fotografía y la música se muestran en un altísimo nivel). Y lo novedoso pasa por hacer ostensible el artificio de esa vida acomodada de alta sociedad. El procedimiento consiste en que todo (o casi todo) sea visto explícitamente como un decorado, con cada personaje moviendose casi como una marioneta en un mundo rígido, inmodificable. Aunque claro, toda esa pesada estructura se pone en jaque cuando Anna decide no interpretar el papel que le había tocado.
Esta puesta en escena arriesgada es un arma de doble filo. Por un lado aporta algo distinto y original a una historia muy transitada y por el otro pone a la realización y a la lucidez de su director casi por encima del propio texto, que respira como puede ante tantos artificios puestos en juego en el afan de retratar pompa y circunstancia. El resultado es desparejo, más que nada por el lado de las actuaciones. Tanto Knightley como Jude Law (en el papel del esposo engañado que no sabe como manejar la situación) se sobreponen a las rigideces y sostienen sus momentos en pantalla, mientras que el resto de los personajes parecen más de cartón pintado, sobre todo por el lado de Vronsky, el oscuro objeto del deseo de Anna.
Una experiencia formalmente impecable, pero a la vez algo fría y pretenciosa, con mucho en común con la más fallida El gran Gatsby (otra adaptación difícil que trata de buscarle la vuelta al retrato de las rigideces y frivolidades de la clase alta, a cargo de otro director que prefiere poner los artificios en primer plano). Si en la reciente película protagonizada por Di Caprio la vulgaridad del lujo se denunciaba con más vulgaridad y más lujo, en esta Anna Karenina queda por lo menos, más allá de sus elegantes floreos, la ventaja de haber mostrando la infidelidad de una manera saludablemente infiel.