Demasiada parafernalia estética
¿Cuántas veces se ha llevado al cine esta famosa novela de León Tolstói? Pues ya van unas cuantas. Los más cinéfilos siempre asociarán a la aristócrata rusa vilipendiada por los suyos al cometer adulterio con un joven oficial del ejército con el rostro de la divina Greta Garbo, en la versión del clásico que llevó a la gran pantalla Clarence Brown en 1935. Aunque en versiones posteriores, actrices del prestigio de Vivian Leigh, Jacqueline Bisset o Sophie Marceau también se atrevieron con el personaje, la leyenda sueca fue capaz de insuflar a su caracterización toda la fuerza necesaria en su tortuoso periplo por la decadente aristocracia rusa de la época.
Joe Wright, director de cine británico, especialista en adaptar para la gran pantalla grandes obras de la literatura universal -en 2005 se atrevió con Jane Austin y su Orgullo y Prejuicio y dos años más tarde hizo lo propio con Expiación, Deseo y Pecado, de Ian MacEwan- vuelve, después de un par de intentos fallidos donde intentó experimentar en otros campos distintos como son el drama social (El Solista, 2009) o incluso la ciencia-ficción (Hanna, 2011), a inspirarse en un retrato clásico para apabullar con un estilo formal simplemente desbordante.
Desde el comienzo del film somos conscientes de que estamos ante una revisitación del clásico atípica y diferente, donde la cuidadísima puesta en escena por momentos parece imponerse a la narración propiamente dicha.
La película se beneficia de una acumulación de imágenes tan poderosas como sorprendentes, destacando sobremanera los delicados y asombrosos cambios de escenarios (en una misma escena se puede pasar de contemplar el interior de un suntuoso palacio al exterior de una ciudad nevada con tan sólo un cambio de decorado), así como el acierto de acotar toda la historia como si de una representación escénica se tratara; con momentos tan impresionantes como esa carrera de caballos que transcurre en el interior del teatro, o aquel otro en el que asistimos al suntuoso baile (rodado con una elegancia y pulcritud extremas) en el que se expone sin tapujos el que será el leit motive de la trama y la hipocresía general dentro del selecto círculo de la élite rusa de finales de siglo XIX.
El elenco viene encabezado por una Keira Knightley, convertida en musa de su director, que aquí no destaca precisamente por su lucimiento como actriz aunque sí se puede disfrutar de su vestuario, una auténtica obra de arte de la costura que le sirvió a su diseñadora, Jacqueline Durran (quien ya había demostrado todo su talento en anteriores trabajos de época de Joe Wright y en films como El Topo o Nanny McPhee - La nana mágica) para ganar el Oscar en su categoría en la última edición de los Premios de la Academia. Del resto del reparto destaca la ajustada interpretación como marido engañado del siempre correcto Jude Law (un actor a reivindicar que no siempre ha recibido el respeto que se merece).
Es una pena que la película Anna Karenina vaya perdiendo fuerza e interés a medida que avanza; parece que el realizador acaba por embelesarse con el artilugio que tiene entre manos y se permite el lujo de adornar en demasía un texto que hubiera necesitado más atención.
A fin de cuentas, aunque la obra literaria sea del todo conocida, el foco de atención debería recaer sobre ella y no sobre toda la parafernalia estética que le rodea, aunque desde luego sea muy bonita y nos deje boquiabiertos en más de una ocasión.