Entre el amor y los prejuicios
La historia no es desconocida, la novela de León Tolstoi ya fue llevada al cine en otras oportunidades. En esta versión, el director Joe Wright elige apostar a la diferencia por el lado de la estética de la película, con un trabajo bastante curioso que combina una puesta en escena de estilo teatral con apenas un par de exteriores.
Anna (Keira Knightley, actriz recurrente en la obra de Wright) está casada con un ministro del zar, Aleksei Karenin (Jude Law). El matrimonio no es particularmente feliz, pero Karenin es un buen hombre, de buena posición, y eso parece ser suficiente. Hasta que Anna viaja a Moscú y allí conoce al Conde Vronsky (Aaron Taylor-Johnson). La atracción entre ambos es fuerte e inexplicable (el director elige sintetizarla en una danza que se va tornando casi frenética), y comienza a generar los comentarios entre la estricta alta sociedad rusa de fines del siglo XIX.
La adaptación del guionista Tom Stoppard explora la relación de Anna, Vronsky y Karenin, en contraposición con las historias de amor de sus hermanos: uno infiel, pero perdonado, al fin y al cabo es hombre; y otro enamorado de verdad. Se destaca la actuación de Knightley, que logra transmitir la pasión y la angustia de esta mujer atrapada entre el amor como nunca lo sintió, y las normas de su sociedad. Jude Law cumple, y si bien su personaje es recto y circunspecto, tal vez peca de una excesiva rigidez, mientras que Taylor-Johnson, la cara bonita del triángulo, tampoco desentona.
La peculiar puesta en escena está realizada como si fuera una obra de teatro: en el escenario transcurre la acción principal, y entre bambalinas, las acciones secundarias. Las cámaras siguen entonces a los personajes, y los cambios de locación se realizan con movimientos como los de los tramoyistas cuando convierten un ambiente en el de la próxima escena. Así la que era la oficina del hermano mayor se transforma en un par de giros de cámara, casi coreografiados, en un restaurant, por ejemplo, y lo mismo ocurre con todas las escenas.
Sin embargo la película no pretende parecer una versión filmada de la pieza teatral. De hecho aparecen los exteriores, como si la pared de atrás del teatro se abriera y los dejara entrar. El trabajo realizado al principio sorprende al espectador, pero luego se comienza a participar del juego, de las burlonas coreografías con las que se retrata la burocracia zarista y las reuniones de la nobleza, del despliegue escenográfico y del excelente vestuario -rubro ganador del Oscar-, y todo resulta más fluido.
Una interesante versión de un clásico que critica las normas de una sociedad en decadencia, y la situación relegada de la mujer en esa misma sociedad. Temas que por más que los tiempos hayan cambiado, no pierden vigencia.