La edad dorada de la nada
A través de su virtuosismo técnico, no así narrativo, James Wan se convirtió en poco más de una década en uno de los pilares del horror americano contemporáneo. Y que su éxito esté más ligado a la técnica que a los aspectos narrativos no es casualidad sino síntoma de la coyuntura: en los últimos tiempos el efectismo le ganó espacio a la narración en casi todos los géneros. Annabelle 2: la creación, producida por el susodicho y dirigida por el también efectivo y efectista David Sandberg, es una nueva entrega relacionada a El Conjuro -aquella película pulpo algo sobrevalorada del año 2013-, en esta ocasión, la precuela de su spin-off del 2014. Como en Lights out (2016), ópera prima de Sandberg basada en su corto homónimo, lo que prevalece en esta segunda parte de Annabelle son los clichés. Durante toda la película se suceden distintos lugares comunes del género sin ninguna reformulación. El conservadurismo que ya había mostrado Wan en El Conjuro 2 (2016) con relación a la puesta en escena, está también presente acá. Si en Insidious (2011) o en la primera parte de El Conjuro se podían rescatar viejos elementos del horror que paradójicamente le otorgaban al género vitalidad, en esta oportunidad –así como en las últimas producciones de Wan- sólo se percibe la repetición de fórmulas y el abuso de jump scares; muy bien ejecutados por cierto, no olvidemos que estamos en la era de la técnica.
Si algo le aporta a la película una partícula de vida, es la presencia del actor australiano con padre tano Anthony Lapaglia. Su personaje, Samuel, es el artesano creador de la muñeca Anabelle; juguete que será portador de una entidad maligna luego de que Samuel y su esposa pierdan a su hijita en un accidente. La obsesión de Wan con los muñecos ya se había visto en la simpática Dead Silence del 2007; tal vez su película más clase B (al menos en espíritu, ya que se gastaron unos veinte palos y fue una de sus películas más caras). Incluso antes, en Saw (2004), en la que un muñeco en triciclo era el que anticipaba las torturas. Y luego, claro, en El Conjuro, con la primera aparición de la muñeca maldita hoy protagonista. Luego de una elipsis, y por esas magias del guión, la pareja transformará su casa en un miniorfanato presidido por una monja que además de ser rectora de las niñas es el link a la nueva producción de Wan: The Nun; otra muestra de que el malayo utiliza técnicas actuales de marketing tal como suelen verse en las películas de superhéroes y que ubican a parte del cine actual de Hollywood más cerca de una juguetería que de una usina de arte. A pesar de trabajar con presupuestos más acotados, el plan que lleva adelante Wan para el horror es análogo al del cine de superhéroes, tanto desde el aspecto comercial como desde el artístico. De hecho, él ya forma parte de ese universo: dirigirá la adaptación cinematográfica de Aquaman, mientras que David Sandberg hará lo propio con Shazam. Luego de un arranque prometedor ¿Será Wan finalmente lo peor que pudo pasarle al horror?