Derrota digna para la muñeca
La segunda parte del spin-off de "El Conjuro" trata sobre un matrimonio que perdió a su hija y alberga a unas niñas huérfanas. Una de ellas será la víctima de una oscura presencia.
La funcionalidad del terror en el mundo del entretenimiento es tan constante, que ni malas críticas o mala recaudación logran bajar proyectos. Para bien o para mal, la cantidad de estrenos del género, temporada tras temporada, demuestra que los sustos en pantalla grande son redituables. Ese es uno de los motivos por los que, tras la olvidable "Annabelle" -spin-off de "El conjuro" en 2014-, hoy llega a las salas argentinas la segunda parte de la historia.
Y más allá de lo penosa que resultó esa primera parte, la franquicia recuperó un poco su dignidad. En este caso vemos el comienzo de la historia de Annabelle, y nos remontamos a la década del 50.
El matrimonio Mullins (Anthony LaPaglia y Miranda Otto) perdió a su hija en un accidente y eso los estancó en la vida. Lo que ellos creían que era el alma de su hija pidiendo permiso para poseer la muñeca (el padre es un fabricante de estos juguetes), era en realidad algo oscuro. Creyendo que podían librarse fácilmente del tema, la esconden tras una pared. Años más tarde, cumpliendo una especie de penitencia, deciden albergar a unas niñas huérfanas.
Todas las pequeñas están contentas por el nuevo lugar, excepto Janice (Talitha Bateman), una chica que padeció poliomielitis y por ello está postrada en una silla de ruedas. Como se vio en reiteradas ocasiones en este tipo de ficciones, el dolor o la inseguridad son aromas que obsesionan a los seres de la oscuridad, y por este motivo ella será la víctima de la presencia maligna.
La premisa de una muñeca diabólica es atractiva, porque en la historia del cine y la literatura los seres animados siempre han generado espanto, pero la mala manipulación de las ideas jugó en contra en la primera ocasión.
En esta segunda parte aparecen nuevos factores que, si bien son efectistas, ayudan de buena manera: amalgamar inocencia (niñas huérfanas y una de ellas, inválida) con religión (una monja que acompaña) para contrastarlo con demonios y lobreguez resulta hasta armonioso.
Buenas actuaciones, previsibles escenas pero que de todas formas cumplen con su cometido de asustar a base de sobresaltos, son recursos de manual pero bienintencionados y llevados por los carriles correctos, entretienen en tanto nadie se ponga exigente. En la comparación directa con su antecesora, "Annabelle 2" sale victoriosa aunque crudamente deba decirse que no es más que una derrota digna disfrutable.