Una muñeca brava
La tercera entrega de la saga de horror se desarrolla en el hogar de "Los Warren", los cazadores de fantasmas que inspiraron este universo
La muñeca maldita más famosa del cine de terror, Annabelle, está de regreso en un nuevo capítulo de la serie de filmes iniciados con El conjuro. La terrorífica figura de rostro espeluznante, pelos rojizos y vestido mortuorio había hecho su presentación en sociedad en el prólogo de aquella primera cinta dirigida por James Wan. El impacto de Annabelle en la audiencia fue tan grande, y su supuesta historia real tan aterradora, que rápidamente se ganó su película en solitario.
Tras descubrir su origen y ver a los primeros dueños de la muñeca, en esta tercera parte finalmente muestra cómo el matrimonio de parapsicólogos Ed y Lorraine Warren llevan el demoníaco juguete a su casa para guardarlo en una caja de cristal cerrada con llaves.
Pero, cuando Judy, hija de los Warren, su niñera y una amiga se quedan solas en dicha vivienda, deberán hacer frente a las distintas entidades que se esconden en el sótano, espectros y seres oscuros que buscan escapar y poseer nuevos cuerpos.
Sin dudas, uno de los ganchos más interesantes y atractivos que tiene esta secuela, es la presencia de Vera Farmiga y Patrick Wilson, los carismáticos actores que dan vida a Ed y Lorraine. Aunque el tiempo en pantalla de la pareja es breve, sus secuencias son intensas y creíbles.
No menos gratificante es la performance de la niña McKenna Grace (un talento a tener en cuenta) en la piel de Judy Warren que debe hacer frente a muchos momentos de oscuridad y sustos. Su veta dramática le permite transitar con verosimilitud los 100 minutos de metraje bien acompañada por las adolescentes Madison Iseman y Katie Sarife.
Al convertir la vivienda de los Warren en el escenario principal de la trama, el director y guionista Gary Dauberman puede jugar con varios artefactos y personajes que conforman el inventario de los Warren. Así, Annabelle se suma a una troupe de espíritus malignos que pululan a lo largo de las escenas, en una estructura argumental muy elemental, casi de fórmula, en la que la sucesión de sobresaltos se van encadenando hasta llegar al climax final.
La excelente ambientación y dirección de arte permite que los espectadores disfruten de un mobiliario, vestuario y música que los traslada hasta los años setenta, una década que le sienta muy bien al género.
Pese a no tener la solidez de las dos partes de El conjuro, Annabelle 3: viene a casa, logra ser más divertida que sus anteriores entregas, generando la sensación de estar subido a un "tren fantasma" en donde cada rincón, cada esquina oscura, cada pasillo, esconde una aterradora sorpresa.
Sin pretensiones, honesta en su espíritu clase B, es una película que no pasará a la historia como una gran exponente de su género, pero que funciona muy bien para pasar el rato, generar risas nerviosas, saltar en la butaca y mirar con desconfianza a las muñecas que impávidas y con gélidas miradas, nos observan desde alguna repisa de nuestro hogar.