Después de todas las sorpresas provocadas en las boleterías por el universo disparado desde el estreno de “El conjuro” (2013), el hecho de ver una tercera parte de un personaje desprendido de aquella obedece precisamente a razones económicas, y solamente económicas.
Aquella piedra basal que empezaba a tejer la leyenda del matrimonio Warren, especialistas en demonios y fenómenos paranormales, bastante conocidos en la década del setenta, logró millones en todo el mundo porque conseguía combinar elementos versátiles del género del terror, y algunos efectos propios de los requerimientos de las audiencias de este siglo XXI.
La muñeca maldita (que bien podría ser la novia silenciosa de Chucky) vuelve a las andadas. El comienzo, algo engañoso porque Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga, respectivamente) sólo estarán los primeros diez minutos, es precisamente con Annabelle en manos de ambos para ser llevada a su propia casa y encerrada en una suerte de bunker de vidrio, porque “este objeto es el más peligroso de todos”, según reza la frase del principio, ¿cómo se las arreglaron para ahorrarse el sueldo de los actores? Los sacan del guión en misión especial dejando a su hija Judy (Mckenna Grace) con la niñera (Madison Iseman) y una intrusa, amiga de ésta última (Katie Sarife) con mucha curiosidad por saber qué hay en esa habitación endemoniada, y si lo que hay la va a ayudar a conectarse con su papá por cuya muerte siente mucha culpa.
Lo mejor de esta “Annabelle 3: Viene a casa”, es el manejo de suspenso, y para ello se nutre de una buena construcción de personajes y del terreno en donde ocurren los hechos. Esa casa y sus entrepisos juegan un papel no menor aquí, por eso la construcción del espacio resulta fundamental. Además, no se abusa para nada de la banda sonora (hay dos o tres sobresaltos pero no molestan), al contrario; la utilización de los silencios (como hacía James Wan en la primera) sostiene el pulso y la tensión del relato, siendo claramente otro de los puntos que hacen crecer a esta entrega.
Nobleza obliga, la segunda parte era de tan pobrísima factura que realmente hubiese sido difícil hacer algo peor, pero esto no quita algunos méritos genuinos en la dirección de Gary Dauberman. Al igual que en “El conjuro 2” (2016),, de donde salió la pésima “La monja” (2018), aquí también varios objetos cobran vida e instalan la posibilidad de hacer una docena más. Los fanáticos, de parabienes. Por ahora, simplemente se trata de una correcta recuperación de las cenizas.