Todos los trucos y sustos ya los vimos, pero están dispuestos con una mecánica por una vez efectiva.
Las dos películas de “El Conjuro” son excelentes, mezcla de terror, suspenso, observación social, docudrama y emotividad. Las de “Annabelle”, que son derivadas de ese mundo, no. La primera es “muñeca diabólica hace cosas feas”, la segunda, un poco mejor, es “ah, pero esta muñeca es mala porque mirá lo que pasó entonces”.
Esta tercera, que se une con “El Conjuro” (porque la muñeca hace de las suyas en casa de los parapsicólogos Warren y tiene como blanco a la hijita de ambos) es probablemente a) la peor película de “El Conjuro” y b) la mejor película de “Annabelle”.
Para evitar confusiones: la muñeca encerrada en una caja de vidrio sagrado (sic) decide romper todo y despierta a otros espíritus malignos que viven en objetos que los Warren, vaya uno a saber por qué sádica predisposición, tienen en un cuarto cerrado en casa y no en una bóveda de cemento reforzado bajo tierra fuera del alcance de niñas de diez años en plan piyamada.
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Lo interesante del asunto es que todos los trucos y sustos ya los vimos, pero están dispuestos con una mecánica por una vez efectiva. Y que la película no tiene más pretensión que hacernos sufrir hasta que alguien vuelve a poner cada cosa en su lugar.
Mientras tanto, se usa todo el aparato cinematográfico para experimentar formas del susto y eso lleva a la película, curiosamente, más cerca del cine abstracto o vanguardista que a la novela fílmica frecuente en el mainstream. Algo es algo.