Huele a espíritu adolescente
Daniela parece una joven terca y pedante, pero lo que más quiere en el mundo es comunicarse con su padre muerto y decirle que lo extraña. Daniela está llena de fragilidad. Si bien Mary Ellen no tiene esta clase de problemas, acercarse al chico que le gusta puede ser similar a tener una experiencia cara a cara con el más allá. Mary Ellen además tiene que cuidar a Judy, la hija de los Warren. A Judy encima la cargan en el colegio: ¿qué puede ser peor que ir a la escuela y que todos duden de la veracidad del trabajo de tus papás?
Annabelle 3: Viene a casa se puede transformar a su antojo en tu episodio favorito de Escalofríos o en un libro de superación sincera para adolescentes. Cuando los Warren se van a alguna parte (alguna parte que el guion y el presupuesto destinado a Vera Farmiga y Patrick Wilson no aclaran), Mary Ellen queda a cargo de Judy y de la casa de la familia. Quien está particularmente interesada en ser invitada (e incluso simular interés en el cumpleaños de la pequeña) es Daniela. No pasará demasiado tiempo para que sepamos porqué.
En el sótano de la casa hay toda clase de objetos paranormales que los Warren supieron conseguir a base de exorcismos y otras artimañas. Y si bien parecen trofeos, los artículos de este museo prohibido no son exhibidos para ostentar su fama como luchadores frente al Mal. En esa habitación nadie con intenciones curiosas puede entrar y las cinco trabas en la puerta y los carteles de peligro lo subrayan con ansiedad.
Más tarde que temprano, Daniela intentará comunicarse con su padre en ese cuarto. No solo conseguirá recuperar el vínculo perdido por culpa de un accidente fatal en la ruta. La muñeca Annabelle logra escapar de su celda de vidrio y –ya que está– libera el resto de los espíritus que habitan en el resto de los objetos.
James Wan se convirtió con las películas de El conjuro (y La noche del demonio) en una especie de profeta del esteticismo. Las ramificaciones de la saga (los dos films previos de Annabelle, La monja y La maldición de la Llorona) estaban dirigidas por Salieris que pretendían imitar todo lo que Wan podía hacer con la cámara. Los resultados eran menos orgánicos que culposamente matemáticos: las set pieces y los travellings virtuosos estaban cumplidos menos en virtud de la narración que para contentar a papá Wan. A diferencia de los otros films de la saga, la ópera prima del director Gary Dauberman puede equilibrar con destreza las enseñanzas aprendidas y divertirse sin tener que rendirle cuentas a nadie.
Esta tercera parte realizada por el guionista de las anteriores películas de Annabelle y de La monja parte desde una premisa irresistible: ¿qué pasaría si todo el Mal del mundo se derramase por los rincones de una casa como cualquier otra? Como una maqueta escolar que homenajea en escala menor el tercer acto de La cabaña del terror, Dauberman resignifica los espacios en una atracción de parque de diversiones.
Los primeros metros recorridos por un tren fantasma no son particularmente vertiginosos. Annabelle 3: Viene a casa le da al espectador una bienvenida similar: comienza con esa calma que parece pereza pero que solo es confianza en los personajes, en el trasfondo de cada uno de ellos y, en especial, en los sustos que vendrán a continuación. Cuando los espíritus se sueltan, la película se quiebra en tres partes: cada personaje debe luchar contra el espíritu que el azar le ha puesto enfrente.
¿Por qué Annabelle 3: Viene a casa es tan placentera y libre? ¿Será porque no hay adultos responsables alrededor? Soltar monstruos (hay una especie de hombre lobo que recuerda vagamente al licántropo de Museo de cera) y fantasmas (el
Barquero ya debería tener su propia película) son acciones propias del universo de las travesuras infantiles. Hubiese sido aleccionador y solemne que los adultos les digan a las jóvenes de este film cómo rehacer sus problemas. Las pérdidas impensadas, los miedos más lógicos de la edad y la verdad sobre nuestros padres son conflictos que Daniela, Mary Ellen y Judy resolverán por su cuenta.