Secuela que se prueba relativamente entretenida, a pesar de no poder escapar de ciertos clichés.
Las dos películas de El Conjuroestán entre las propuestas de terror más sólidas de esta década. Dado el enorme repertorio de casos sobrenaturales donde participó el matrimonio Warren, la franquicia no tardó en establecerse.
Sin embargo, las películas basadas en esos casos separados, donde no participa fundamentalmente el matrimonio, probaron ser flojas o directamente endebles; a años luz, por lo menos narrativamente, de la franquicia madre.
Uno de los casos donde más se percibe esta desventaja es en el principal de todos estos spin-offs: la muñeca Annabelle. Las dos películas anteriores retratando su origen y la repercusión de su maldición a lo largo de varios dueños, no llegaron a cautivar lo suficiente. Annabelle 3 parece proponer un término medio: es una historia de la muñeca recién llegada al museo de los horrores que tienen los Warren en su sótano, pero el conflicto descansa en otros personajes, en un contexto de niñeras acechadas similar a la premisa de Halloween.
Imán de Mandingas
Durante la primera mitad del metraje, Annabelle 3 se las ingenia para eludir los sobresaltos que son la clichada cruz que el género carga desde siempre. No obstante, pasada dicha mitad se les acaban las ideas y esos sobresaltos que supieron evitar comienzan a suceder desvergonzadamente uno detrás de otro. Un detalle que repercute también en su puesta en escena, con una primera mitad prácticamente naturalista y de colores cálidos, mientras que la siguiente acentúa los colores chillones y las sombras exageradas.
A pesar de esto, podríamos decir que de las tres películas hechas a partir de la premisa de esta muñeca maldita, es la que está relativamente mejor de papeles. Y ese “relativamente” se debe al desarrollo de personajes.
Cada una de las chicas del trío (Madison Iseman, Mckenna Grace y Katie Sarife) tienen un arco a seguir: la niñera con su interés romántico y su alto sentido de la responsabilidad; la niña a su cuidado que debe sobrellevar tanto su don como el aislamiento social, producto del escepticismo hacia la profesión de sus padres; y, finalmente, la irresponsable amiga de la niñera, quien carga con una enorme culpa que motoriza el conflicto principal de Annabelle 3.
Es en este personaje donde hay que detenerse un poco, ya que es de destacar cómo el guion no le hace mostrar todas sus cartas de entrada. Inicialmente, aparenta ser una morbosa más, atraída superficialmente por las leyendas demoníacas que rodean al matrimonio Warren y, sin embargo, muy a cuenta gotas, deja ver que sus motivos para meterse a esa casa distan mucho de ser superficiales.
Es esta sutileza la que hace de ella el personaje con el desarrollo más rico de todo el trío, ya que la niñera es una típica All-American Girl que cumple con su deber y se queda con el muchacho. O sea, un desarrollo apreciable pero no cautivador, mientras que la niña aprende a convivir con sus peculiaridades pero su problema social es resuelto de una manera muy rosita y perfecta, completamente a contrapelo del tono establecido en el principio.
Por el costado del matrimonio Warren, eje de esta franquicia, se limitan simplemente a aparecer al principio y al final. Establecen el tono, cuáles deben ser las transgresiones, retirándose para volver recién en el cierre y otorgar la reflexión final que cierra con moño la premisa temática de la película.
Todo el protagonismo, la confrontación y resolución del conflicto recae en las tres protagonistas sin prácticamente ningún deus ex-machina de los Warren, y decimos prácticamente porque la única aparición del matrimonio en medio del conflicto principal es a través de una proyección, la cual es accionada por una de las chicas.