Muñeca brava
Pariente cercana de Chucky, el muñeco maldito (Child's Play, 1988), Annabelle (2014) se presenta como el Spin-Off de El conjuro (The conjuring, 2013) narrando los acontecimientos que ubicaron a la muñeca en la vitrina de los objetos poseídos por espíritus malignos. Pero en su concepción la película dista de la saga del muñeco maldito asumiendo mayores parentescos con el clásico de Roman Polanski El bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968).
La historia comienza en los pasados años que se contextualiza El conjuro. Claro que de manera estética y estereotipada: paredes empapeladas, la radio comenta asesinatos de Charles Mason y su clan, mientras que las muñecas son un adorno decorativo al igual que los dobladillos en los manteles y vestidos. Una joven pareja vive en las afueras de California, esperando el nacimiento de su pequeña hija. Pero una noche se presenta la desaparecida hija del matrimonio vecino que, para variar, practica el ocultismo. En un traumático episodio hiere a la mujer después de generar empatía con la llamativa muñeca. La pareja se muda a un edificio en el centro de ciudad y el mal los acecha, a ellos y a la beba recién nacida.
Con estos datos y algunos otros el film arma su trama de sobresaltos con espíritus que otra vez, como en El conjuro, tendrán relación con el demonio. La muñeca no se mueve, no habla ni exhala siniestras carcajadas como Chucky, simplemente es –una placa lo indica en el inicio- canal de conducción para espíritus demoníacos. Entonces si asociamos banalmente los elementos propuestos tenemos la trama: muñeca poseída + secta satánica + el mismísimo demonio queriendo apoderarse de un alma.
Como verán no hay nada novedoso en la trama, sin embargo –y sucedía lo mismo en El conjuro- la película está bien armada y mejor contada en su afán efectista: todo está puesto en crear un entretenimiento poderoso en el manejo de la espectacularidad del terror. La edición de sonido es magistral en cuanto detalle que provoque el salto en la butaca, el montaje cuida que los fantasmas y monstruitos satánicos –bastantes precarios por cierto- aparezcan la milésima de segundos necesaria para no quedar ridículos. Y así sucesivamente. James Wan, director de El conjuro aquí productor, cuida su producto y le da continuidad a su franquicia que generó un éxito inesperado.
Por supuesto Annabelle tiene un par de defectos inconsistentes en desmedro de su film antecesor: las actuaciones son muy malas, hay que decirlo. Los actores no expresan nada, ni la pareja acosada por el espíritu y menos el cura que los ayuda. Son un adorno más del decorado. Por otro lado en la comparación con El bebé de Rosemary la historia pierde en esencia: no tiene la ambigüedad ni el misterio en lo cotidiano que tenía el film de Polanski. La protagonista se llama Mia y su marido John (recordemos que Mia Farrow y John Cassavetes protagonizaban el clásico de los sesenta), el cochecito del bebé es idéntico y la presencia de la secta evidente, pero Annabelle se encarga de dejar bien en claro en el inicio y en el final, que el bien y el mal están bien separados: el bien en la iglesia católica y el mal en las sectas satánicas. En ese sentido la película es bastante chupacirios.
Annabelle cumple como precuela menor y de bajo presupuesto que su antecesora. No le pidan más, la película tampoco pretende serlo.