Un relato escalofriante
Aunque se trata de un spin-off de la exitosa El conjuro, de James Wan, la película que nos ocupa se puede disfrutar de manera independiente gracias a su escalofriante atmósfera de terror, la misma que tenían los clásicos de cuarenta años atrás.
Annabelle encuentra el terror en una muñéca vintage que llega al hogar de un matrimonio para sembrar el espanto y desatar una ola de extraños acontecimientos. Alejada de los clichés de títulos como Chucky y explorando los miedos infantiles, el relato se adueña del espectador desde el comienzo y juega permanentemente con un universo cotidiano transformado en una verdadera pesadilla.
Las vidas de Mia (Annabelle Wallis) y John (Ward horton), la pareja feliz que espera un bebé y disfruta del hogar y de los buenos vecinos, cambia para siempre cuando los miembros de una secta satánica invanden su casa.
El director de fotografía de El Conjuro y La noche del demonio 2, John R. Leonetti, se coloca detrás de cámara para contar esta escalofriante historia que juega correctamente con los climas de cada una de las escenas: Mia en la oscuridad de la baulera; la muñeca contemplando todo desde la repisa de la habitación; puertas que se abren y cierran; una máquina de coser que funciona sola por las noches y presencias fantasmagóricas que deambulan por la casa, son algunas de las sorpresas que el film tiene preparadas para el espectador. Sólo algunas.
Como si se tratara de La profecia y con un universo que excede a la muñeca del título, también aparecen en la trama un sacerdote (Tony Amendola) y una mujer (la siempre convincente Alfre Woodard) que entiende lo que está ocurriendo. Un relato de presupuesto modesto que se mueve entre demonios y rituales, con la mención del matrimonio Warren, el mismo que estudió casos extraños y aparentemente inexplicables en los años setenta.