Muñeca brava
Este subproducto de El conjuro (el elogiado film de James Wan, del que acaba de anunciarse una segunda parte) retoma la historia con la que se abría aquella película y se vale de su indudable éxito para amplificar la experiencia, amparándose, como de costumbre, en el gastado recurso de lo “basado en hechos reales”. Pero esta vez esa premisa llega al extremo de mezclar el caso del fenómeno paranormal asociado a la muñeca Annabelle en 1970 con los asesinatos perpetrados por el Clan Manson un año antes. La ensalada de realismo se completa con citas muy directas a El bebé de Rosemary, la obra maestra del terror de Roman Polanski, cuya mujer (en la vida real), Sharon Tate murió asesinada precisamente por integrantes del citado clan Manson. Si parece mucho, es porque es mucho, y la suma resta.
El propio Wan está a cargo de la producción, y la realización quedó en manos de su Director de Fotografía, John Leonetti, por lo que se mantiene el estilo de su predecesora. De todas formas, allí se terminan los parecidos, y el resultado queda a mitad de camino. La insulsa pareja protagónica que interpreta a John y a Mía (otra vez, nombres con referencias obvias al film de Polanski) están demasiado lejos de la contenida intensidad de los protagonistas de El conjuro, y los lugares comunes del género están a la orden del día, aunque queda espacio para uno que otro susto bien logrado.
Más allá de la eficacia técnica, esta vez se deja de lado el sugestivo clima que generaba Wan, deudor del cine de terror de directores como John Carpenter, y en su lugar aparecen los golpes de efecto visuales y sonoros. Lo que convierte a Annabelle en un producto solo apto para aquellos que no puedan esperar hasta el año que viene para reencontrarse con la inquietante saga de los Warren.